Del cuerpo fragmentado al pensamiento integrado

Dr. Thierry Bastin
 France Garfinkiel-Freson
 

Cómo el actuar compartido del paciente niño o adolescente y del terapeuta adulto puede contener el sentimiento de caos y ofrecerse como material viviente y activo.

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Muchos de nuestros jóvenes pacientes no pueden acceder a su vida interna ni a la representación. Su cuerpo, sensorial, postural y motor permanece en primer plano. Ahora bien, la eclosión psíquica se desarrolla en un continuum que va de lo corporal a lo simbólico. El terapeuta, enfrentado a semejantes trabas para la inscripción simbólica, deberá ajustar su práctica y atravesar por la interacción directa que le impone el funcionamiento del niño, buscando compartir con él los afectos en la vivencia. Esas vivencias en espera de un sentido no podrán ser interpretadas antes de haber sido experimentadas juntos.

Una de las características particulares del cuerpo es que su existencia sólo adquiere sentido en relación al otro.

Tiene una doble vida, la biológica y la ligada a las relaciones que tuvieron lugar con los objetos que lo rodearon y “trataron” desde su aparición sobre la tierra. Es la vida relacional que va a transformar la relación que cada uno tenga con su cuerpo a lo largo de toda la vida. El cuerpo pertenece a sus objetos, y los trabajos de los psicoanalistas de niños insistieron sobre la importancia del apuntalamiento en el cuerpo materno para su representación.

Es en el cuerpo y por el cuerpo que la realidad se impone a través de la experiencia de satisfacción-insatisfacción que preside la mentalización. El movimiento corporal participa en la elaboración de nuevas formaciones psíquicas en gestación. Si bien admitimos que el funcionamiento corporal integrado asegura el mantenimiento de ciertas funciones psíquicas y biológicas, resulta menos evidente que el movimiento corporal, y el actuar en el que se inscribe, sean el sustrato de una capacidad generativa de una nueva actividad psíquica.

Frecuentemente, el motivo de una consulta se debe a una desregulación de las emociones. ¿Se trata de un exceso por parte del niño o de una dificultad de los padres para contener los desbordes emocionales normales?

La precarización y la desinstitucionalización de la parentalidad acentúan la desaparición de la interiorización de los puntos de referencia estables, fundados en la prohibición y la diferencia de las generaciones. Éstas son reemplazadas por un sistema consensual en el que la resolución de los conflictos pasa por una relación de fuerzas a causa de la simetrización de los vínculos entre el niño y el adulto. La ausencia de modelos ideales de referencia conduce al niño a apoyarse en conductas de descarga a causa de una gran intolerancia a la frustración, una imposibilidad de soportar la espera, una gran dependencia respecto del entorno y una débil investidura del lenguaje en beneficio de un pensamiento operatorio.

Como consecuencia, vemos numerosos niños fuera del lenguaje, agitados, incontrolables o fragilizados en sus apoyos identitarios, dando libre curso a sus pulsiones agresivas, no contenidas, y que presentan grandes dificultades de concentración. El niño pequeño se presta naturalmente a cargar con las angustias de separación o las vivencias carenciadas que sus padres le atribuyen. El problema surge cuando la proyección de las representaciones de un niño frágil, que debe ser protegido de las frustraciones, adquiere un carácter demasiado masivo, inyectando en el psiquismo infantil una vivencia de vulnerabilidad narcisista que complica el desarrollo de su narcisismo primario y su trabajo de individuación.

Otras situaciones generan menos frecuentemente una demanda. Si bien son menos molestas en el plano comportamental no dejan de ser igual de graves, si no más, a nivel psicopatológico.

“La primera pregunta es: ¿Cómo tratar a nuestros pacientes y pensar el encuadre apropiado para movilizar los mecanismos psíquicos que provocan su sufrimiento?” El pasaje de lo vivido corporal a lo vivido mentalizado postula que la vida psíquica debe ser considerada en su dimensión de integración del cuerpo, cuerpo motor, sensorial y afectivo.

La emoción sostiene nuestro sentimiento de estar habitados por movimientos afectivos internos, fuentes de nuestros pensamientos más auténticos. Hace de cada uno, un sujeto capaz de soportar lo imprevisto, la sorpresa, la alegría, la tristeza, el enojo o la duda, así como de enriquecer su aprendizaje de vida. La capacidad de integrar sus emociones depende de la calidad del aparato para pensar los pensamientos. Éste se construye a lo largo de la existencia y asegura un sentimiento de continuidad de ser. Paradójicamente, permite pensar y representarse la diferencia entre el mundo interno y la realidad externa y entre sí mismo y el otro.

El reconocimiento de la Alteridad exige que la reciprocidad haya sido suficientemente vivida. Luego, las diferencias en la sintonía emocional amenazarán la ilusión mantenida hasta ese momento. Estas diferencias, como signos de la separación y de la diferenciación inevitables, provocarán desamparo y rabia ligados a la vivencia de fracaso. Sin embargo, no debemos dejar solos a los bebés frente a esta destructividad. Las madres deben sobrevivir a esta agresividad manteniendo la separación que ellas comenzaron a instaurar. Lejos de tomar represalias, mantendrán un contacto que los bebés aceptarán a pesar de su rencor. Orientarán entonces el interés de los niños sobre el mundo de los objetos simbolizantes, manteniendo las raíces emocionales de la experiencia.

Así, protegidos del sufrimiento producido por la inmadurez y la dependencia, los niños desarrollarán el acceso al mundo conceptual, integrando sus emociones arcaicas en una inteligencia plena y sensible. Renunciarán a la satisfacción inmediata de sus deseos, mantendrán la constancia de su atención y sostendrán el placer de la curiosidad para entrar en el aprendizaje.

Diferentes factores influyen en la capacidad del bebé para procesar pensamientos y proteger su psiquismo del exceso de estímulos al que se ve confrontado desde el nacimiento. El hecho de poder apoyarse en experiencias anteriores, en las que el entorno dio pruebas de una adaptación suficiente, le va a permitir implementar un sistema de para-excitación. Este sistema está doblemente asegurado por la madre y por el niño.

Si las circunstancias son suficientemente favorables, el niño deviene capaz de apreciar la Alteridad cuando su sentimiento de existencia se encuentra consolidado por las experiencias positivas del compartir y de la intersubjetividad. Si las circunstancias no son suficientemente favorables, la agitación de un niño puede tener el valor de un envoltorio motriz defensivo frente a una falta de contención primordial.

El contacto en el cuerpo a cuerpo plantea la pregunta sobre “la prohibición de tocar”. Contribuye al establecimiento de una interfaz entre el Yo y el Ello. Mantener el contacto está al servicio de la pulsión de apego.

El niño debe conservar el contacto con aquello que le puede servir como para-excitación sustitutivo, allí donde su yo se encuentre desprovisto. El aprendizaje de su autonomía se juega entre dos obligaciones: conservar los contactos requeridos para la preservación de su vida física y psíquica, y renunciar a aquellos que lo mantienen en una posición regresiva. La prohibición no tiene ningún sentido si la distinción entre el afuera y el adentro no ha sido adquirida. Demasiado precoz, demasiado violenta, demasiado sistemática, conlleva una investidura insuficiente de la vista, del oído y del gesto como instrumentos de comunicación. El contacto primario, cuerpo contra cuerpo, es importante para la comunicación y provee la base sensorial de la fantasía de una piel común.

Esa fantasía es necesaria para el aparato psíquico con el fin de poder representarse a su Yo naciente como Yo-piel, y para desarrollar las funciones del Yo por apuntalamiento en las funciones de la piel. El contacto corporal estrecho subtiende la identificación primaria con un objeto tangible contra el cual el niño se aprieta, y que lo sostiene. El éxito de esta identificación funda el sentimiento primario de seguridad del Sí-mismo.

¿Qué lugar hacerle al cuerpo real, a la motricidad, a las experiencias, a la necesidad de una pasaje “por” el cuerpo en relación, y “por” el acto en el acompañamiento terapéutico de las patologías de la infancia? Es importante darle sentido a este tipo de lenguaje corporal que remite a experiencias arcaicas que no pudieron ser traducidas al lenguaje hablado y pensado.

Algunos pacientes nos dan la impresión de no haber nacido al pensamiento. Emplean una forma de movimiento que parece ser su actividad principal. Es un movimiento que sirve para acercarse o alejarse y que tendría, por sí solo, la función de comunicación. El movimiento reemplaza las palabras e indica lo que constituye el encuentro.

En ciertos casos, el advenimiento de un nivel más elevado de simbolización reposa en la solicitación sensorial, experimentada en una relación de objeto significante.

Le corresponde al terapeuta dosificar la “distancia apropiada” permitiendo regular el contacto físico con el niño, sabiendo que, para algunos, es vivido como una intrusión intolerable vivida como persecutoria. (del mismo modo que las palabras). En estos niños, con fallas en la función para-excitante, la angustia generada por el contacto físico es responsable de una profunda desorganización que sólo podrá ser contenida en una relación para-excitante. En otros, mejor organizados en el plano psíquico, la búsqueda insistente de contacto físico con el terapeuta tiene como objeto satisfacer sus pulsiones agresivas y libidinales en un actuar que busca manejar su vida pulsional mediante el acting-out más que por la vía de la mentalización.

Por otra parte, la clínica y la vida cotidiana revelan actos que proceden de un verdadero lenguaje, en la medida en que son portadores de sentido, y que pueden ser descifrados y verbalizados. Las palabras, los sonidos…serán elegidos para que sean lo más cercanos posible a la cosa que evocan.

Entre los ejes conceptuales que explicarían la noción de acto, podemos postular une eje en el que uno de los polos sería la expulsión de una sobrecarga de tensión que, en un momento dado, no puede ser puesta en forma mental, y el otro sería la expresión conductual de un sistema elaborado de representaciones. Los diferentes actos se ubicarían en los diferentes niveles de este eje.

Winnicott escribe: “Hay que poder tocarse, verse, oírse antes de poder escucharse y apreciarse. Escucharse, es decir, pensarse pensando”. Los actos del niño son vectores de comunicación vinculados con el psiquismo materno (o el del terapeuta) en tanto receptor de la comunicación.

Actuar es el primer medio de comunicación en la relación primaria con la madre. El terapeuta objeto recibe los mensajes del cuerpo de su paciente y los sueña. Es decir que los pasa por el filtro de su propio psiquismo inconsciente para luego reenviarlos, metabolizados, por la misma vía corporal. Nuestro objetivo es permitir el pasaje de un registro actuado a un registro pensado sin olvidar que el actuar puede ser utilizado defensivamente contra el sufrimiento y la angustia ligados a la actividad de pensar.

El trabajo psicoterapéutico con el niño nos confronta a vivencias contratransferenciales masivas cuya complejidad e intensidad nos parecen específicas de este tipo de clínica.

Para F. Guignard y D. Houzel, los movimientos contratransferenciales en el psicoanálisis y en la terapia del niño pequeño son amplificados porque deben tener en cuenta una multiplicidad de elementos: la inmadurez del funcionamiento psíquico naciente del niño, las relaciones particulares con su entorno y lo que nosotros podemos sentir respecto de lo que está en juego en los padres, y cuyo objeto es el niño. El analista –el terapeuta – debe tener en cuenta los movimientos identificatorios en los que está inmerso respecto de todos los protagonistas y de todas las posiciones en la familia. La naturaleza primaria de la expresión de todo niño pequeño, el lugar del cuerpo y sus expresiones, en ocasiones ruidosas, requieren una comprensión profunda del funcionamiento mental primitivo y una capacidad de regresión a los niveles arcaicos de éste último.

Finalmente, nuestro trabajo de elaboración contratransferencial debe sostenerse en una puesta en palabras que a veces sólo es posible a posteriori. La articulación teórica indispensable no deberá reificar la dinámica del encuentro en sesión.

En conclusión, la integración dinámica de las diversas modalidades sensoriales que otorga una cualidad armoniosa a un funcionamiento corporal ofrece a la psiquis un habitáculo receptivo y estructurante.

El trabajo terapéutico con ciertos niños muy precozmente perturbados, impresiona por la necesidad de dar a las sensaciones corporales un estatus existencial previo, indispensable para cualquier libidinización del cuerpo. Nos situamos en una problemática en la que sensaciones, integración de sensaciones, y consciencia de las sensaciones no están dadas, sino por construir.

En ciertos casos, la implicación corporal del paciente y del terapeuta en un actuar puede operar en sinergia con la elaboración mental, en lugar de generar un cortocircuito en ella. Y ofrecerse como material viviente y activo para el apuntalamiento de una palabra más secundarizada que adquiere, por este mismo hecho, todo su valor integrativo.

Traducción: Patricia Suen