Freud y el cuerpo
La mayoría de los autores concuerdan en considerar
‘Pulsiones y destinos de pulsión’ (1915) como el texto donde Freud aborda más de cerca la cuestión del cuerpo. Lo que está justificado si consideramos que la pulsión aparece efectivamente
‘como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y que alcanzan el alma como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal’
[1]. La pulsión es un representante psíquico de aquello que proviene del interior del cuerpo, pero su
fuente, es decir
‘ese proceso somático interior a un órgano o a una parte del cuerpo, cuyo estímulo es representado en la vida anímica por la pulsión’ no compete a la psicología:
el estudio de las fuentes pulsionales, escribe Freud,
ya no compete a la psicología (…),
el conocimiento más preciso de las fuentes pulsionales en modo alguno es imprescindible para los fines de la investigación psicológica ’[2]
De este texto se desprende que, para Freud, no hay lugar para una metapsicología del cuerpo.
Otros autores que no quieren rendirse respecto del estatus del cuerpo, hacen referencia para justificar su posición a otro texto de Freud,
‘El yo y el ello’ (1923). Efectivamente, en ese texto figura la famosa frase
‘el yo es sobre todo una esencia-cuerpo no es sólo una esencia-superficie, sino él mismo la proyección de una superficie’ [3].
¿Qué quiere decir proyección de una superficie? Probablemente, Freud tenga en mente aquí la proyección como el proceso que da nacimiento a la representación imaginada, como una proyección sobre una pantalla. Sin embargo, Freud define su pensamiento en el texto, en una nota al pie:
‘o sea que el yo deriva en última instancia de sensaciones corporales, principalmente las que parten de la superficie del cuerpo. Cabe considerarlo, entonces, como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo, además de representar, como se ha visto antes, la superficie del aparato psíquico’ (ibid pág. 270).Tomar como punto de partida esta nota al pie para construir una teoría del cuerpo en psicoanálisis, como lo hace Didier Anzieu para fundar la teoría del yo-piel, es apartarse de Freud. En efecto, en este texto Freud se centra en la separación del yo y el ello, y si bien cita a Groddeck, no lo hace para retomar las concepciones de éste sobre el cuerpo, las que por el contrario refuta ya que no admite el monismo de este autor. Es el único pasaje en el que se hace referencia al cuerpo en tanto tal, pero el artículo no se inscribe en absoluto en una teoría del cuerpo.
El cuerpo y las patologías no neuróticas
Entonces, si Groddeck, Reich y más tarde Schilder, Dolto, Pankow y Anzieu propusieron teorizar el cuerpo, evidentemente lo hacen tomando distancia del enfoque freudiano. Y si se lo permiten, es porque se interesan por las patologías no neuróticas - psicosis para Dolto y Pankow, estados-límites para Anzieu, psicosomática y análisis del carácter para Reich. Señalemos al pasar que los psicosomaticistas de la Escuela de Paris tampoco elaboran una teoría psicoanalítica del cuerpo. Para ellos, como para Freud, el cuerpo es el cuerpo psicomotor o visceral y, en tanto tal, sigue siendo fundamentalmente un cuerpo biológico. Como afirma Michel de M
’Uzan
[4], el síntoma somático es tonto, y cuando el cuerpo se manifiesta, es bajo el régimen económico de los esclavos de la cantidad es decir, precisamente, en un registro no psíquico.
Ahora bien, lo que interesa a la mayoría de los otros autores es, en primer lugar, el
afecto, en el sentido de que lo que caracteriza precisamente a los estados de disociación, es la manera en la que el cuerpo se sustrae de la experiencia vivida en el modo afectivo, para dar lugar al vacío, a la anhedonia. De la misma forma, en psicosomática, la alexitimia no es más que una imposibilidad fundamental de experimentar y reconocer los afectos. Y una vez más, las patologías contemporáneas que implican automutilaciones en la adolescencia, guardan relación con un desorden fundamental de una experiencia
afectiva del cuerpo
[5] [6].
La noción de subversión libidinal del cuerpo fisiológico
Para esbozar una teoría respecto de la formación del cuerpo erótico, podemos apoyarnos en la operación descrita por Freud en
‘Tres ensayos sobre teoría sexual’ (1905) con el nombre de
apuntalamiento de la pulsión en la función fisiológica. Se trata de un proceso sutil: el niño se esfuerza por demostrar a sus padres que su boca, por ejemplo, no le sirve únicamente como órgano consagrado a la función de nutrición. Le sirve también para succionar, besar, morder, y más tarde le servirá para los juegos de la vida sexual. Al hacerlo, el sujeto afirma una cierta independencia del uso de su órgano — la boca—respecto de su destino primitivo. Afirma que si utiliza su boca no es únicamente porque tiene hambre, sino que a veces también lo hace para obtener placer. Al mismo tiempo, descubre que no es el esclavo de sus instintos y de sus necesidades, que no es sólo un organismo animal, sino que deviene sujeto de su deseo. Vemos que el apuntalamiento opera como una subversión. La boca, al servir de pivote a la subversión, puede ser reconocida como zona erógena. Ciertamente, es un
órgano al que se convoca y no una
función. Para liberarse más o menos de la dictadura de una función fisiológica, el órgano es un intermediario necesario:
la subversión de la función por la pulsión pasa por el órgano.
Freud describió fases sucesivas
[7] de la edificación sexual. Sucesivamente, diferentes partes del cuerpo se ofrecerán al apuntalamiento y se manifestarán como zonas erógenas. Esas zonas se desprenderán progresivamente de sus amos naturales, las funciones fisiológicas, para ser gradualmente subvertidas en beneficio de la construcción de lo que llamamos el cuerpo subjetivo o
cuerpo erótico. Gracias a esta edificación de la sexualidad psíquica, el sujeto logra emanciparse parcialmente de sus funciones fisiológicas, de sus comportamientos automáticos, incluso de sus ritmos biológicos. Es así como la sexualidad humana logra burlar, en cierta medida, los ritmos endócrino-metabólicos. En la mujer, por ejemplo, la sexualidad ya no sigue al ciclo menstrual y no se detiene en la menopausia. Gracias al apuntalamiento, el registro del deseo instaura su primado sobre el de la necesidad.
También es oportuno precisar aquí que la conquista subversiva del cuerpo erótico sobre el cuerpo fisiológico siempre es inacabada. Frecuentemente, la sexualidad psíquica y la economía erótica corren el riesgo de
‘desapuntalarse’ y engendrar un movimiento contra-evolutivo, que se encuentra en el origen de esas descompensaciones graves, aquellas que nos obligan a reflexionar sobre una teoría del cuerpo en psicoanálisis.
Pero también es esencial lo que se juega en las
relaciones que establece el niño con el adulto y su impacto. Desde esta perspectiva, el desarrollo del cuerpo erótico sería el resultado de un diálogo alrededor del cuerpo y de sus funciones,que se apoya sobre los cuidados corporales prodigados por el adulto.
La genealogía del cuerpo subjetivo se define. Todo el proceso se desarrolla en la relación con el otro. Pero el psicoanálisis sugiere que esta relación es
desigual [9] [9]. Y el lugar esencial del encuentro entre el niño y el adulto es, en primer lugar, el cuerpo: los cuidados del cuerpo, los juegos del cuerpo.
Aunque en principio, la finalidad instrumental de esas relaciones entre el adulto y el niño tenga, en el mundo objetivo, la cualidad de cuidados, esas relaciones activan por su propio movimiento la emergencia de otras cuestiones: el placer, el deseo, la excitación…y más ampliamente, la dimensión erótica indisociable de los juegos del cuerpo. El segundo cuerpo, el cuerpo erótico, nace del primero, el cuerpo fisiológico. Y entre ambos, los gestos del adulto sobre el cuerpo del niño.
Las zona excluidas del cuerpo erógeno y la agenesia pulsional
Para intentar comprender la vulnerabilidad de los pacientes que sufren descompensaciones graves como el delirio, las depresiones borderline y las crisis evolutivas de las enfermedades somáticas, y sus relaciones con la sexualidad, debemos detenernos en los fracasos o los
‘accidentes’ de esta subversión, en los
impasses del cuerpo a cuerpo entre el niño y el adulto.
La manera en que el adulto acompaña las solicitaciones del niño para jugar con el cuerpo, depende de la capacidad del propio adulto para jugar. En este último, esos juegos suscitan reacciones variadas, estrechamente ligadas a sus propias fantasías y a la libertad o a la naturalidad con la que se desenvuelva con su propio cuerpo, en función de su propia organización psíquica. Ocasionalmente, algunos de esos juegos originados por el niño, provocan en el adulto reacciones de aversión, de desagrado y de odio hacia el cuerpo del niño. El adulto entonces reacciona con gestos violentos hacia el cuerpo del niño y lo golpea salvajemente provocando en el niño una excitación que desborda todas sus posibilidades de ligazón y lo instala en una situación de traumatismo psíquico, es decir, lo coloca en la
imposibilidad de pensar lo que se produce en su cuerpo.
Las consecuencias de esta perturbación son de dos órdenes:
-En ese mismo lugar del cuerpo, la subversión libidinal es obstaculizada, lo que cristalizaría bajo la forma de una agenesia parcial del cuerpo erógeno y la constitución de zonas o registros fríos. La hipótesis de la cristalización de zonas frías, desprovistas de toda potencialidad erógena en el transcurso del desarrollo, conduce a reconocer una forma de sedimentación, de materialización, de ‘anatomización’, de alguna manera, de la historia de las relaciones niño-adulto. La historia de la subversión libidinal podría ser así descifrada bajo la geografía del cuerpo erógeno
-Cuando en el momento del cuerpo a cuerpo del encuentro amoroso, al individuo le sea requerido jugar con ese repertorio erótico inaccesible, el riego es que se manifieste lo que la exclusión dejó como legado: una vulnerabilidad selectiva para el desencadenamiento de una descompensación somática o delirante.
Proscripción y escisión
Podemos designar al fracaso de la subversión libidinal de una función biológica con el término de
‘proscripción de la función’ del orden erótico. Clínicamente, se la detecta por las
‘paresias’ del cuerpo o por las torpezas, inflexibilidades, inexpresividades, insensibilidades, rigideces del cuerpo en el comercio intersubjetivo, tanto en las expresiones de seducción como de cólera; de agresividad como de ternura; tanto en la motricidad como en las alteraciones del timbre de la voz; en el estupor como en el reír, etc.
En otras palabras, allí donde la subversión libidinal fracasó, una huella de
‘proscrito’ se inscribe en el inconsciente del niño. Proscrito, esto significa que un inconsciente se formó sin pasar por el pensamiento y, por ello, es inconsciente no pensable, designado por el término de
‘inconsciente amencial’
[10] que Laplanche prefiere caracterizar con el nombre de
‘inconsciente enclavado’
[11]. Si el inconsciente amencial ocupa un lugar predominante en la tópica, hay una mayor vulnerabilidad frente a las patologías psicóticas y psicosomáticas. Pero siempre, y en todas las personas, hay una parte de inconsciente amencial, de suerte que, ningún ser humano está totalmente a salvo de una descompensación grave.
En esta concepción, llegamos entonces a una tópica que describe la yuxtaposición de
dos inconscientes, diferentes en sus génesis, diferentes en su funcionamiento. Entre ambos, una
escisión, como lo había anticipado Ferenczi en el texto ya citado.
Conclusión
En otros términos, si intentamos recapitular esta discusión desde la perspectiva de una teorización metapsicológica retendremos que, partiendo de la psicopatología de las afecciones graves, es necesario el pasaje por una genealogía de un segundo cuerpo — el cuerpo erótico — que deriva del cuerpo biológico por intermedio de una subversión del orden fisiológico en beneficio del orden sexual-erótico.
Y si procedemos en sentido inverso a partir de la clínica, sería posible, en los pacientes que sufren descompensaciones psicosomáticas y psiquiátricas graves, ampliar la práctica con vistas a analizar los accidentes de la subversión libidinal que les impiden habitar y gozar de los poderes del cuerpo, de experimentar la vida en sí.
[1]Freud, S. (1915). ‘Pulsions et destins de pulsion’.
Œuvres complètes de Freud. Paris: PUF, Tome XIII, p. 169.
[3] Freud, S. (1923). ‘Le moi et le ça’,
OCF XVI. Paris: PUF, p. 270.
[4] de M’Uzan, M. (1984).‘Les esclaves de la quantité’,
La bouche de l’inconscient. Paris: Gallimard, pp. 155-168.
[5] Le Breton, D. (2004). ‘Le recours au corps en situation de souffrance chez les jeunes générations’, in J. AÏN (sous la direction de)
Ressources : entre corps et psychè. Toulouse: Eres Éditions, pp : 99-115.
[6] Catz, H. (2017), ‘Tatuajes como Marcas Simbolizantes’,
Revista de Psicoanálisis-Asociación Psicoanalítica Argentina.
[7] No se trata sin embargo de suscribir a la concepción por fases de Freud. No apuntamos aquí a un apilamiento de fases según una estratificación evolucionista que conduciría a algún tipo de maduración genital y heterosexual. Se trata más bien de una progresión espacial que conduce a la formación de una
‘geografía’, la del cuerpo erógeno.
[8] Ferenczi, S. (1932). « Sprachverwirrung zwischen den Erwachsenen und dem Kind ». Trad française : « Confusion de langue entre les adultes et l’enfant »,
Oeuvres complètes de Ferenczi, Tome IV. Paris: Éditions Payot.
[9] Laplanche, J. (1987).
Nouveaux fondements pour la psychanalyse. Paris: PUF, pp 89-148.
[10] Dejours, C. (2001).
Le corps d’abord. Paris: Editions Payot.
[11] Laplanche, J (2007):
Sexual : la sexualité élargie au sens freudien. Paris: PUF, pp. 275-292.
Traducción: Patricia Suen