La raza humana está atravesando una experiencia nueva,
‘aterrorizante’. Se plantea la pregunta de si es posible entrar en contacto con los otros, sean nuestros seres amados o el resto del mundo. Mucho ya se dijo y queda mucho aun por decir sobre la pandemia, que nos ha tomado desprevenidos a todos. El sentimiento de desorientación que experimentamos en relación a lo físico en la situación actual es
‘desesperante’. Mientras que paulatinamente nos acostumbramos más y más a las formas alternativas de relacionarnos, hay algo que atraviesa un proceso de rarefacción. Estas nuevas formas de relacionamiento están mediadas por nuevos medios de comunicación, que nos conectan en tiempo real, pero que también nos distancian de los otros.
Todo esto es relevante también en el consultorio del analista,
‘con sus paredes que extraño tanto’, como comentó un paciente antes de cambiar al análisis remoto.
El cuerpo se aleja. Se protege de relacionarse con los otros, y esto se puede extender hasta el aislamiento y la
‘autarquía’ casi-completa. (Por ejemplo, pienso en la modalidad extrema de los adolescentes que padecen el síndrome de Hikikomori).
¿El necesario distanciamiento del contacto con los otros provocará inevitablemente un cambio también en la relación que tenemos con nosotros mismos?
Esto contrasta con la evidencia clínica de nuestra consulta diaria, que sugiere que el cuerpo y el Self son los depositarios de experiencias que no pueden ser integradas.
Los que recurren a un análisis lo hacen por varios motivos, pero creo que ningún analizando está libre de un profundo sentimiento de soledad.
La soledad puede ser, en un extremo de un continuo, ese sentimiento radical descripto por Roussillon (2017)
‘que aleja al sujeto de la condición humana y obstruye el proceso de simbolización’. Es la soledad enojada, angustiada – la de quien atravesó eventos traumáticos, o dolor insoportable, y perdió la habilidad de estar en contacto con los otros y consigo mismo.
En el extremo opuesto del continuo, encontramos la habilidad de estar solo consigo mismo – esa condición básica del self a la que Winnicott (1975) se refirió al describir el paso fundamental del crecimiento del niño cuando aprende a tener confianza y a creer en la continuidad y solidez del objeto y del self.
La soledad, en el primer caso, es el motor que puede llevar a una persona a aterrizar en el diván del analista, como un náufrago en un atolón (Golinelli, 2003), forzado a sacrificar una parte de sí mismo para salvar todo. En el otro caso, la soledad es, en cambio, una conquista personal que puede sentirse como el coronamiento de años de trabajo analítico.
Quizás toda persona anhela
[1] ejercer ese derecho exquisitamente humano de existir como un objeto total, en la plenitud de su propio ser. Y esto es posible cuando el individuo pudo experimentar un objeto capaz de contención y continuidad, que le proporciona las bases con las que puede reconocer el mundo objetal y el self como separados, como diferentes, pero también como necesarios uno para el otro.
Bollas (2018) habló sobre la soledad del self y cómo en su interior se desenvuelve un diálogo entre el yo y su esfuerzo
‘arrogante’ para mantener juntas a las realidades externa e interna y para hablar en el lugar del
‘yo’. El
‘yo’ del que habla no es ni el ego ni el inconsciente, y no es el Self. Es, en cambio, lo que se produce en la dimensión de la experiencia, donde el
‘yo’ actúa como el portavoz del
‘mi’, que, a su vez, funciona como el depositario de nuestros objetos internos y externos.
Si dejáramos de hablar de nosotros mismos, no habría más
‘yo’, siendo éste el interlocutor del esfuerzo incesante, intenso, que constituye la fundación perenne de nuestra mente y de la posibilidad que tenemos – cuando estamos en contacto con él – de sentirnos enteros, de ser nosotros mismos. Es el
‘flujo de consciencia’ de James Joyce – esa articulación de ideas conscientes, sin embargo enraizadas en una matriz inconsciente. Quizás Th. Ogden (2016) describe esto más meticulosamente que otros analistas en sus reportes clínicos, al incluir todo en el escudo de la reverie.
Cuando este diálogo consigo mismo, que garantiza el sentimiento de existir como seres únicos, irrepetibles, se interrumpe total o parcialmente, se priva al individuo de una parte de su Self, y anda a tientas en torno de la búsqueda de plenitud afectiva, emocional, movida por la pulsion, plenitud necesaria para sentirse vivo. Éste es el que entra al consultorio del analista, en el diálogo entre el analista y el analizando, el cual tiene que comenzar de nuevo para devolverle el sentido al sujeto.
Los dos actores de la escena analítica participan en una ilusión compartida de ser capaces de comunicarse, no solo mediante las palabras, sino también a través de la
‘porosidad’ inter-psíquica entre ellos (Neri, 1993, pag. 49), transmisión de Self a Self, unidos por una búsqueda compartida de la dimensión inconsciente, en la preciosa intimidad que viene del placer de una realidad interior, con respeto por la separación y unicidad del sujeto (Poland, 2018). Esta es la novedad del encuentro psicoanalítico, que valida la necesidad de ser un Self, consciente de que no somos capaces de existir como individuos aislados, sino solo en comunicación con el resto del mundo. Si, como dice Bion (1979), existe una función analítica de la mente, podemos usarla y cultivarla con el fin de enfrentar la complejidad inconsciente que ambos, analista y analizando, están interesados en descifrar y comprender. Esto se acentúa aún más en un contexto como el actual, donde un peligro que se cierne sobre todos nosotros amenaza con hacernos retroceder a expresiones de soledad del tipo volverse loco.
Ahora voy a compartir una viñeta clínica en la cual el
‘cuerpo’, con su lenguaje complejo, multiforme, actúa como protagonista en la dinámica de una pareja analítica trabajando.
Un pequeño evento analítico
Al fin, habiendo entrado por la puerta del frente y habiendo caminado el breve trecho que lleva a la puerta de mi consultorio, donde yo la esperaba, la paciente me miró. La forma en que ella me miró me recordó la forma en que me miraron los recién nacidos, aquellos con los que estuve familiarizada, sobre todo en mi propia casa. Es una mirada penetrante; llega muy abajo, reveladora.
A veces me deja sintiendo un profundo malestar, porque me doy cuenta de que no le puedo esconder nada – ningún sentimiento, ninguna emoción que atraviesa mi mente, ni siquiera algo del cansancio de la mañana del lunes. La suya es una mirada que no tolera la ambivalencia. Por meses, el comienzo de la sesión ha sido una negociación difícil. La paciente está irritada y distante. A veces proyecta su cansancio sobre mí y piensa que no quiero estar con ella. Por lo tanto, se queda en silencio. Alternativamente, el que
‘habla’ es su cuerpo: le duele en un lugar u otro y todo lo que quiere hacer es dormir, gatear dentro de un capullo representado por lacama en su casa – no asociada nunca con el diván, aún si…Su puñalada final al terminar una de esas sesiones podría ser que la sesión terminó y
‘nada cambió!’
Más adelante en el análisis, de vez en cuando expresa el deseo de mostrarme cosas, pero el proceso por el cual llega a mostrármelas es siempre largo y complejo, e incluye silencios prolongados. Lucho para comprender porqué es tan aburrida, pero espero hasta que revela que lo más difícil no es mostrarme esas cosas, que en todo caso son importantes para ella, sino levantarse para tomarlas de la bolsa que las contiene. La distancia entre el diván y su bolsa es alrededor de tres metros; esto significa dar tres o cuatro pasos a lo sumo. Más tarde, dirá que tomar la decisión de pararse y dar esos pocos pasos es parte del problema, porque en esos dos metros que debe cruzar, yo la miraría y ella ya no estaría protegida por el diván, al que necesita para defenderse de lo desconocido que sus pasos podrían revelar.
Pienso que esos son pasos de separación de una parte familiar de la analista, una que es reconfortante porque está bien protegida de una demanda que podría hacer el superyó. (En el análisis uno se acuesta en el diván.) Es como si esto la hace sentir observada por una pareja parental que la aprueba y la mira amorosamente en tanto se comporta como una buena niña pequeña, quieta y compuesta, pero para la que no es bienvenido el impulso urgente a moverse, a explorar nuevos territorios, o el conocimiento corporal o sexual. Hay algo que no entiendo de inmediato en el malestar que percibo en su comportamiento justo antes de levantarse. Hizo esto alrededor de un par de veces, siempre con el objetivo de mostrarme algo, pero el malestar no disminuye. Por lo tanto le permití levantarse, pensando que el malestar se ligaba más al contenido de lo que me estaba mostrando que al movimiento.
Cuando ella se sentó después de haberme traído el objeto, pareció entrar en otro momento de transferencia. Ella, que habitualmente habla al límite de un sonido audible, está más confiada, en contacto con su Self, ahora que yo le di la bienvenida.
Lo que me muestra y me dice es el preludio de una transformación, activada a través de los
‘ingredientes’ del pasaje, que abrieron un nuevo espacio de conocimiento para ella. Al pie del diván de la analista se encuentra una Gradiva, 1metro 50 cm de seda cruda plisada, colgada en la pared. La paciente la admiró desde la primera vez que se acostó allí. Solo ahora comprendo que la que se ponía en pie del diván es una especie de Gradiva, que por primera vez se permite revelar un aspecto de su Self, un aspecto alegre – ella que siempre parecía oprimida por el peso de lo negativo. Tengo la sensación de que hasta ahora me mantuvo en el umbral de su mundo interno, habiendo sentido yo todo su aburrimiento, melancolía, esfuerzo, su dificultad para ser, su lista de quejas.
Al darle la bienvenida a su acto (pararse del diván durante la sesión), su cuerpo y su Self – depositarios de experiencias aún no integradas – parece revelar una parte de ella, previamente oculta, escondida de hecho atrás del peso de su cuerpo y de las palabras que usa. Este enactment, que construimos juntas, abrió la puerta que antes estaba cerrada y que probablemente volverá a cerrarse. Sin embargo, mientras tanto, ha permitido ver algo diferente posible, algo liviano, que pertenece a la parte
‘aireada’ de la mente de la paciente. Demasiado a menudo la paciente estuvo abrumada por un cuerpo que parecía permitir la expresión de un aspecto psico-somático que, en la repetición, cierra, endurece, bloquea la atención y el tratamiento.
Al dar esos cuatro pasos, fue capaz de salir momentáneamente, como emergiendo de un envase, fuera de la prisión de piedra de su cuerpo, exhibiendo algo más. Y así nos dejó vislumbrar a la Ariel escondida detrás y dentro de su Calibán terroso, corpóreo (Shakespeare, 1621).
Me sentí aliviada: juntas, experimentamos un momento
‘diferente’, ambas liberadas de las defensas opresivas, a veces persecutorias. Ahora somos las dueñas de una levedad simbolizada.
‘Levedad’ es la primera y más famosa de las hermosas
Seis propuestas para el próximo milenio, de Ítalo Calvino (1988).
Para él, la levedad es el valor agregado que nos ofrece la mejor literatura, porque por un lado quita el peso de cuerpos humanos en un punto, de los cuerpos celestes en otro, de las ciudades, del lenguaje… la ligereza y la pesadumbre siempre van mano a mano, son dos opuestos y se necesita encontrar el peso correcto. A veces nos parece que el mundo se vuelve una piedra, una lenta petrificación que no deja afuera ningún aspecto de la vida.’(pp.32). Toma al héroe mitológico, Perseo, que vuela con sandalias aladas, para decapitar a la monstruosa medusa, que petrifica a aquellos que la miran. No niega su existencia. Por el contrario, reconoce su fragilidad. Sin embargo, él también sabe que fuera de él también nacen criaturas voladoras – como Pegaso – y cosas hermosas – tal como las Ninfas de coral se adornan a sí mismas. La analista/Perseo de nuestro milenio está consciente de las monstruosidades del mundo, y toma su propia parte del peso. Ella puede ofrecer también actos de ternura, porque sabe qué frágil es esa monstruosidad.
¿Qué es la levedad para mi paciente? Es una parte de su self que ella puede finalmente dejar emerger, una vez que salió de lo compulsivo, dimensión repetitiva de su opuesto, que es la euforia y la negación de la frivolidad. Después de un largo proceso depresivo, el pensamiento y el idioma dejaron de estar sobrecargados por defensas que oprimían, inhibían y cargaban sus palabras con negatividad y angustia, o que los hacían maníacamente frívolos e insustanciales cuando la melancolía se convirtió en ligera tristeza.
Más tarde, la paciente diría que sentía que los sentimientos, las palabras, las miradas entraron en la analista como en un refugio y se convirtieron en menos aterradoras. Si la analista no estaba aterrorizada, entonces ella podía también pensar que esos pensamientos eran menos aterradores.
Esta es la característica específica del enfoque psicoanalítico, es decir,
‘de ese producto de la curiosidad,unido y puesto al servicio del respeto del analista por los esfuerzos de introspección de los pacientes’ (Poland, 2018, pag. 43). Calma el sentimiento peculiar de soledad al que me referí al principio como posible, tanto como la angustia de ser incomprensible para los propios seres queridos y el mundo, siempre presente alrededor nuestro.
¿Será aún posible sentir y escuchar el cuerpo y su compleja comunicación a través de una pantalla?
Referencias
Bion, W. R. (1979). Making the best of a bad job.
Clinical seminars and four papers, (1979). 247–57. Abingdon: Fleetwood Press.
Bollas, Ch., (2018)
Meaning and Melancholia: Life in the Age of Bewilderment. London: Routledge.
Calvino, I. (1988), transl. Brock, G.
Six Memos for the Next Millennium. ‘Lightness’ (pp. 3-37). Boston: Mariner Books, 2016.
Golinelli, P. (2003). ‘The Castaway Self: a psychoanalytic reading of Castaway by Robert Zemeckis.’
Int. J. Psychoanal. 84, 2003 Part 1, 169-172.
Hoffmann, I. (1998).
Ritual and Spontaneity in the Psychoanalytic Process: a Dialectical Constructivist View. The Analytic Press.
Neri, C., (1993). Campo e fantasie trans-generazionali.
Rivista Psicoanal., 39:43-64. Rome: Borla.
Ogden, Th. H., (2016).
Vite non vissute. Milan: Raffaello Cortina Editore.
Poland, W. (2018).
Intimacy and Separateness in Psychoanalysis. New York: Routledge.
Roussillon, R. (2017). Fondamenti e Processi dell’Incontro Psicoanalitico. In
La Relazione Analitica. Rossi, N., Ruggiero, I. (a cura di) Milan: Franco Angeli, pp. 44-50
Shakespeare, W. (1621).
The Tempest.
Spadoni. A., (2007). ‘L’oscuro oggetto del bisogno,’ in
E l’analisi va...Scritti Psicoanalitici e Memorie. Rimini: Guaraldi.
Winnicott, D. (1975).
Through Paedriatrics to Psycho-Analysis: Collected Papers. London: Karnac Classics.
[1] ‘existir(…)no dañando totalmente al Self ni al objeto (Spadoni, 2007).
Traducido por Silvia M. Koziol