Carter es tan attractivo

Dr. Stephen Hartman
 

Este ensayo clínico de formato experimental sitúa al trauma en el nexo entre registros superpuestos de género, sexualidad, clase y raza.

0
Comments
899
Read

Prólogo
Las dificultades que se inscriben en el registro del género, sexualidad, clase y raza logran que el conflicto que caracteriza los enredos recurrentes de la psiquis con las costumbres de la sociedad, salgan del santuario del inconsciente y queden expuestos a simple vista. En estos nodos de intersección, las personas hacen una artesanía de la sensación de su cuerpo y de sus dominios de placer utilizando un repertorio de objetos prototípicos y novedosos que proporcionan a cada uno de Nosotros una amplia gama de géneros y sexualidades en las cuales uno puede introducirse y encarnar. La identidad racial está esculpida con mucha menos elasticidad.

El género y la sexualidad se adaptan a lo que es posible y permisible (Dimen, 1984) apoyándose en la coherencia que proporciona la identidad frecuentemente reafirmando un registro a la vez que se disminuye el otro. En la medida que la atención del psicoanálisis vira de la psicobiología del género hacia su geografía de intersecciones (Harris, 2019), el análisis hace un mapa de la manera en que las experiencias relacionadas con el género, la sexualidad, la identidad racial y de clase compiten por el tiempo de aire en un compilado psicosocial.
Paradójicamente, la identidad (una vía hacia la coherencia) se vuelve traumática cuando los vectores de experiencia que se intersectan se dividen en individualidades clasificadas como por mandato del Otro. Este ensayo narra esta lucha sin anclar la observación en una teoría del desarrollo ni en una técnica psicoanalítica, de manera de destacar la complejidad y resistir las clasificaciones.

Carter es tan atractivo
Carter es tan atractivo que a veces se hace difícil sostener su mirada sin recorrer la línea entre sus copiosos rulos hasta sus exuberantes labios, los cuales aun cuando frunce el ceño, lo cual sucede a menudo, invitan a darle un abrazo. Alguno podría decir que es ‘bonito’ aunque es moreno, de piel amarronada, con un torso esbelto y esculpido, y los muslos de un Navy Seal[1]. Las mujeres desean superarlo. Los hombres suponen que es homosexual. Rápidamente, el género y la sexualidad se turnan para orientar al objeto de manera que se adecue a la mirada.

Carter no puede resistir el deseo que genera en el otro, cualquiera que sea la forma que tome, y al mismo tiempo se sobresalta con las líneas delgadas del deseo porque mientras los admiradores de Carter contemplan su cuerpo y le asignan un género mientras están contemplando su género y le asignan una sexualidad Carter alterna género y sexualidad sin suscribirse a ninguno. Carter no es intencionalmente ‘metrosexual’ ni decididamente ‘rarito’ en cuanto al género, él es Carter. Tiene aspecto de sexo, no de sexualidad. De manera irónica y cómplice, Carter trans-genera intimidad, y todos pueden jugar con él.  Piensen en Prince. Piensen en Jake Gyllenhaal haciendo una pose de Grace Jones. Imaginen a Barack Obama vestido al estilo Galliano.  

Si al menos! La ideología demanda lo que Carter rechaza que los límites del deseo y el llamado de la normatividad recluten al género y la sexualidad como cómplices involuntarios. Cuando el género traspasa los límites y no logra un argumento convincente, se habla de  ‘déficits’. El género apela a la sexualidad para apuntalar lo evidente (un hombre bonito como Carter tiene que ser homosexual) con lo cual el género debe pagar (obviamente, un hombre afeminado como Carter debe tener el rol pasivo de mujer). Este ‘vender gato por liebre’ parece tan obvio que nadie se da cuenta de hasta qué punto la feminidad debe llevar la carga del colapso de la masculinidad.

Carter se halla en situaciones complicadas cuando las personas que lo desean exigen que su género tome forma.  Entonces Carter entra en caída libre. Frunce el ceño. Se esfuma a simple vista. Lame sus heridas: heridas raciales; heridas de clase; todo tipo de heridas que son denominadas ‘de género’ o ‘sexuales’ para aplacar la economía del deseo. En su estado de despersonalización, Carter siente internamente que él es como un Little, niño negro que se esconde de sus verdugos en un antro de crack abandonado, en su mente[2]. Carter resguarda el sector liminal de su psiquismo donde lo inenarrable continua sin nombrarse. Desafía la cartografía. Tiene una mirada fulminante detrás de la máscara sexy. Carter ha tomado la costumbre de aparecer en el hospital donde enseña con un sencillo ambo de cirugía, debido a que una mañana de invierno, cuando condujo una reunión vestido con un saco bordado de Valentino, hubo un gran revuelo.

Carter es tan poco obvio
El psicoanálisis clásico se apoyó en el aparentemente obvio origen biológico del género para proporcionar una conveniente clasificación de las posiciones psíquicas con las cuales interpretar las consecuencias de la bisexualidad psíquica y forjar una heterosexualidad soberana.  Avance rápido, y esta devaluación en meta-nivel de la fenomenología de género permite la asignación de género anatómico al sexo, de manera de moldear socialmente la sexualidad simultáneamente haciendo esencial la sexualidad infantil (Laplanche, 2011).  Un inconsciente que es la manifestación de lo sexual-infantil autónomo proporciona un terreno firme para un analista en el ámbito de lo no-obvio del privilegio racial de los blancos, pero condena al género y a la raza a soportar la obviedad de la negrura del ser (Mbembe, 2017)

Cuando el género es fluido y la raza es mestiza, hay muchas cosas para tener en cuenta lo cual presenta inconvenientes cuando se está frente a frente con una persona no tan íntima cuya multiplicidad desconcierta.  Así que no es sorprendente que la ex de Carter exigiera que él se infle como Roger Ramjet»[3]. Carter tiene la carne, pero no hace chorizo para nadie.

Será posible que genero y sexualidad no sean tan dicotómicos como halal y haram? O que la raza sea un aprés coup en la arquitectura del inconciente a un sexuel que es solitario Otro para sí mismo? Los mensajes entrecruzados del Otro originan significados en una cadena recursiva de transformaciones: los enigmas del deseo en búsqueda de un lugar en la mente lo cual requiere que el deseo encuentre un lugar en la mente del Otro el cual lo encuentra en una cultura de manera que el deseo pueda apoyarse en el cuerpo y ser investido de significado. En este fluir recursivo, la sexualidad, el género y la raza se elaboran entre sí. Pero cuando el género se adentra demasiado en el espacio transicional, cuando el orden de las cosas se vuelve escurridizo, la Sexualidad interviene para nivelar el campo de juego y reafirmar lo obvio.

Carter tiene tanta suerte
Carter tiene tanta suerte. Sus padres refugiados le pusieron el nombre de un presidente norteamericano. No el  Jimmy Carter que fue proclamado a perpetuidad como presidente fracasado por el hombre recio de Marlboro que le arrebató el mando, sino un hombre de principios que soportó humillaciones y construyó hábitats para la humanidad.

En el país del cual huyeron los padres de Carter sucedieron cosas horribles, que ningún niño debería tener que soportar, de manera que esos sucesos casi nunca son mencionados. Carter heredó un instinto de supervivencia.  Sabía cuándo callar, cuándo correr, y cuándo defender su posición. Ha observado cómo sus padres hierven de rabia con suficiente frecuencia como para desconfiar de su fe evangélica. Hubo incidentes. Ante la orden de confesar sus pecados, un Carter adolescente le lanza un golpe al predicador. Se volvió violento pero luego se hizo responsable, de manera que el incidente rápidamente fue olvidado. Carter obtiene becas. Viaja. Invierte en la familia, en amigos, en amantes. Vive una dorada vida marrón: consciente de sí e interesado por los demás y alegre y despreocupado.

Carter es tan intimidante
Carter es tan intimidante que sus ojos se vuelven negros. Grandes agujeros llenan sus órbitas. Su piel toma un tono gris azulado enfermizo. Se desploma en mi diván y me encuentro anhelando que vuelva su vitalidad. Aún puedo percibir la belleza de la línea de su quijada a pesar de su ceño fruncido. 

Primero fue su ruptura con la mujer que puso nombre a su ‘déficit de género’; luego, el incidente del saco bordado. A Carter le enfurece que lo obliguen a ser obvio. ‘Hazte hombre’, le dicen lo cual amenaza menos la hombría de Carter que su habilidad de jugar. Carter afila su lengua en silencio. ‘Vamos!’ ordena en una voz que solo él puede escuchar.  Está listo para saltar, listo para dar un golpe. ‘No lo hagas’ susurro yo en el silencio.  ‘Puedes apostar los cojones a que lo haré’ me dice sin hablar. Yo asiento. Yo registro. Yo sostengo el espacio entre matar y ser matado del cual sus padres escaparon hace mucho tiempo pero el cual ahora Carter habita.

Carter es tan alegre
Carter es tan alegre en los vestidores. Los vendedores de las tiendas lo aman. Una falda masculina de Comme des Garçons, por supuesto!  Carter no puede pagarla, pero los vendedores logran que la pueda llevar porque vestir a Carter en esos cubículos de espejos en tres lados es como estar jugando al basketball con Jesús en una chilaba.

Carter está en un bar en Estambul. Un bar clandestino subterráneo donde gente como los padres de Carter en una época bailaban toda la noche mientras los tanques patrullaban las calles sobre ellos. Carter lleva puesto el botín de su excursión de compras de ese día, un saco de lentejuelas con una solapa tan curvada, tan sensual, que haría parecer pacato hasta al mismo Liberace, porque es tan de chica-hombre, que hace falta ser un hombre de hombres para poder llevarla puesta. Carter no puede creer su suerte: un niño marrón Little en un cuadro viviente salido de El Museo de la Inocencia de Pamuk.

La coronación de Trump está sucediendo a miles de kilómetros, y Carter se siente afortunado de no estar allí para ser testigo del horror. Sus amigos se retiran a una mesa en una esquina, pero Carter quiere bailar. Está bailando junto al bar cuando un hombre le da un tirón a su manga. Carter se gira rápidamente, guau! No se había dado cuenta de cuánto había tomado. Justo al lado suyo hay un hombre blanco norteamericano sentado incómodamente en una mesa de cóctel  destartalada junto a su esposa desteñida. ‘Tu eres uno de esos maricones de San Francisco, no?’ se burla el hombre de Iowa con manos como jamones. ‘Ehh?’ pregunta Carter, pensando ‘que demonios?’ en el momento en que el hombre se levanta y le vocifera ‘Por qué la gente como ustedes no pueden ser normales?’

Carter no sabe qué lo posee. Sus ojos se vuelven negros. Lo ataca; ‘de la Misión!’. Toma al republicano de la parte trasera de la cabeza y revienta su gordo rostro sobre el bar. Carter pierde el equilibrio y cuando reacciona, está hecho un despojo ensangrentado tirado en la acera.

Sus amigos lo encuentran allí. La solución: más arak! Mareados, se ponen a buscar un bar de sórdida mala fama.  A medida que se acercan, una limusina frena de repente. Una flotilla de guardaespaldas comienza a bajar, seguidos de un hombre sólido que parece ser un narcoterrorista colombiano y una mujer larguirucha calzada con Louboutins rojos. Los guardaespaldas hacen un gesto a Carter y sus amigos de que se alejen, pero el narco hace un gesto con la cabeza, y Carter con su escuadra son arrastrados dentro del club con los del cartel. Solo entonces, Carter se percata que el corpulento narco está vestido con un ajustado traje de esmoquin de satén rosado de Dolce y Gabbana. ‘Maravilloso!’ Exclamó Carter con sus pulgares hacia arriba. ‘Guapo, tengo que probarme esas lentejuelas’, le responde el narco, mientras ambos hombres se dirigen a la pista de baile, intercambiando sacos. La compañera le dispara a Carter una mirada: ‘El es mi hombre!’ insiste ella, ‘y de ninguna puta manera te vas a apropiar de mis Louboutins’. ‘Obvio’, dice Carter. Y los tres pasan la noche entre risas. 

Pero por los siguientes tres días, Carter apenas puede moverse. El norteamericano ganó. Carter había sufrido una golpiza interna de la cual ningún traidor al género de piel marrón ensangrentado y aplastado en la acera puede recuperarse rápidamente. Vuelve a casa. Está en llamas. Arde sobre mi diván, lentamente frotando sus heridas con las cenizas. Estoy allí para asegurarme que las brasas se hayan extinguido.

Carter es tan vivaz
Voy a contarte algo que realmente no sé: algo que Carter me ha transmitido apenas, nunca de manera explícita, nunca ha expresado, solo ha insinuado sin precisión. No estoy seguro de que deba dar este paso aunque me parece evidente. Lo s-sé con una s temblorosa presionando la e que tiene que seguirle. Siento vacilación al especular, o aún peor, interpretar, manifestando mi privilegio de hombre blanco al asumir el manto de una historia que convertiría a Carter en algo obvio, sujeto a una demanda hecha por mi interpretación. Podría no decir nada y solo atestiguar, o solicitar a mi  reverie que realice una formulación similar a un sueño que organice los pedazos que intersectan en un todo simbólico, pero nunca ha sido mi estrategia huir de la Verdad cuando impera el trauma. De manera que lo voy a decir como es.

La familia de Carter, la familia del padre de Carter, o sea todos excepto el tembloroso padre de Carter, fueron puestos en fila y asesinados a tiros uno a uno por un narcoterrorista. 

Estoy nombrando este trauma porque es lo que nosotros los que escuchamos con atención constantemente flotante intentamos no hacer pero de manera predeterminada hacemos de todos modos para lidiar con lo evidente. Estoy intentando no anticipar qué vino primero y qué viene después. Después de todo no soy ningún cartógrafo; no deseo interpolar un arco entre el género, la sexualidad y la raza de Carter y la historia de un trauma que estropeó un desarrollo. Estoy intentando permanecer ajeno a lo evidente que mi blancura me hace saber. 

Es una paradoja, porque es evidente para mí que la interpelación hace explícito lo que es demasiado complejo para soportar la otredad en el uno-mismo. Y esto sí lo sé: Carter es un hombre que no se ‘hace hombre’ ante la desesperación, un hombre que no va a definirse aun cuando haya una matanza y un hombre tembloroso parado frente a un muro blanco delante de un charco de sangre roja. Tal vez habrá palabras, tal vez no. Tal vez haya un nacimiento presidencial. Tal vez habrá un narcoterrorista corpulento en una pista de baile en un país lejano que al final de la noche se arranca un saco de lentejuelas, lo arroja al suelo y se burla de su mellizo pervertido: “Ya tuve suficiente de ti, marica. Ahora vete.’

Referencias
Dimen, M. (1984). Politically correct? Politically incorrect? En Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality. Ed. C. Vance. London: Pandora Press, pp. 138-148.
Harris, A. (2019). (IPA panel introduction)
Laplanche, J. (2011). Gender, sex, and the sexual. En Freud and the Sexual: Essays 2000–2006. Ed. J. Fletcher. New York, NY: International Psychoanalytic Books, pp. 159– 180. 
Mbembe, A. (2017). Critique of Black Reason. Trans. L. Dubois. Durham, North Carolina: Duke University Press.

[1](N de la T) Navy Seal: fuerza de operaciones especiales de la Armada de los EEUU.
[2]Little, protagonizado por Alex HIbbert, es el niño protagonista de la película Moonlight del 2016.
[3](N de la T: Roger Ramjet es el héroe de una serie animada estadounidense de 1965, de torso y biceps musculosos).

Traducción: Carolina Hoffmann
 
 

Otros artículos de: