Winnicott decía que la mayoría de sus ideas se inspiraban en su trabajo con los pacientes, en lo que le habían hecho pensar y vivir. Muchos pacientes se pasan la vida preguntándose si para ellos sería una solución el suicidio, es decir, entregar el cuerpo a una muerte que ya ha sobrevenido psíquicamente. Así, el suicidio sería un gesto desesperado. "Ahora comprendo por primera vez lo que me dijo una paciente esquizofrénica, que se suicidó, cuando me dijo: "Todo lo que le pido es que me ayude a suicidarme por la razón correcta y no por una razón equivocada".No lo logré y se mató, desesperada, buscando una solución". Winnicott reflexiona con dolor y escribe que debería haberle podido formular que ella ya había muerto en su temprana infancia. Así podría haber llegado a la vejez.
Para Winnicott el miedo al derrumbe es el temor a un derrumbe que ya tuvo lugar. Es el miedo a una agonía primitiva que obliga a desplegar una organización defensiva. Esta agonía primitiva no puede convertirse en tiempo pasado a menos que el yo del paciente sea capaz de recogerla dentro de su experiencia presente. Si el paciente puede ir aceptando esta paradoja, queda abierto el camino para vivir su hondo dolor en la transferencia. Winnicott describe distintas agonías primitivas: retorno a un estado de no-integración; caer para siempre; pérdida del sentido de lo real; pérdida de la capacidad para relacionarse con los objetos; pérdida de la relación psicosomática.
El Eternauta y la muerte del "Mano"
En el año 2007 la Biblioteca Nacional de Buenos Aires conmemoró con un homenaje, los 30 años del trágico secuestro y desaparición de Héctor Germán Oesterheld y sus hijas durante la dictadura de Videla y los 50 años del nacimiento de su obra cumbre,
El Eternauta. Se trata del más importante comic argentino, reconocido internacionalmente. Oesterheld da vida, mediante un impecable guión, a un grupo de habitantes de Buenos Aires que soportan una invasión extraterrestre que busca destruirlos.
"...Siempre me fascinó la idea de Robinson Crusoe" - cuenta Oesterheld. "Me lo regalaron siendo muy chico, debo haberlo leído más de veinte veces. El Eternauta, inicialmente, fue mi versión de Robinson. La soledad del hombre rodeado, preso, no ya por el mar sino por la muerte. Tampoco el hombre solo de Robinson, sino el hombre con familia, con amigos. Publicado en un semanario, El Eternauta se fue construyendo semana a semana, había sí una idea general, pero la realidad concreta de cada entrega la modificaba constantemente. Aparecían situaciones y personajes que ni soñé al principio, como el mano y su muerte".
El Eternauta se construye como una historia circular. El círculo comienza en un chalet de Vicente López (en la periferia de Buenos Aires). Allí, durante una noche apacible, juegan a las cartas, al "truco", Juan Salvo, dueño de una pequeña fábrica de productos eléctricos; Favalli, físico y profesor universitario; Polsky, jubilado, y Lucas, empleado bancario. Los acompañan Elena y Martita, esposa e hija de Salvo. Mientras la partida de cartas se sucede serenamente, afuera se inicia una inesperada nevada, algo insólito en Buenos Aires. Pero además es una nevada mortal: los copos que caen provocan una muerte instantánea. Cuando los jugadores la descubren ya hay muchas víctimas.
Favalli, arquetipo de agudeza intelectual, encuentra la forma de salir al exterior: diseña un traje aislante que consigue fabricar con materiales existentes en la casa de Salvo. Y es Salvo,
El Eternauta, el primero que usa el traje y explora el paisaje humano devastado. Lentamente Salvo y sus amigos van descubriendo que la nevada asesina se vincula con una invasión extraterrestre. Los invasores son los "Ellos", que carecen de atributos tangibles, nunca se hacen visibles. La visibilidad se manifiesta en sus subordinados: los "Cascarudos", los "Hombres-robot", los "Gurbos" y los "Manos". Los tres primeros son dirigidos por los "Manos". Mediante un órgano de numerosas teclas, emiten ondas que trasmiten las órdenes que deben seguir los otros instrumentos de la invasión.
En una difícil travesía nocturna, Juan Salvo se encuentra con otros sobrevivientes: el obrero Franco y un grupo de soldados. Civiles y militares se unen con el propósito de rechazar a los invasores. El camino individual y solitario de Salvo se transforma en acción colectiva y solidaria. Es la idea de Oesterheld de trascender el Robinson original de Defoe mediante un heroísmo grupal.
El héroe colectivo combate con los "Cascarudos" en la Av. General Paz (la M-30 de Buenos Aires). Y después en la batalla del Estadio Monumental de River Plate.
En la continuidad de la aventura, Salvo junto con Franco encuentran un pabellón que emite una fuerte luminosidad. En su interior, un "mano" dirige las fuerzas invasoras. Salvo y Franco son capturados pero sucesivos y cambiantes acontecimientos los convierten en raptores del "mano". Se enteran así de que los "manos" fueron invadidos y conquistados en su planeta de origen por los "Ellos". En caso de desobedecerles, el "mano" sentirá un miedo que activará su glándula de terror, liberandose una sustancia que envenenara su sangre y producirá su muerte. Antes de morir les revelará las intenciones de los invasores: conquistar a los humanos para luego convertirlos en esclavos.
Con el conocimiento de la "glándula de terror", en un nuevo encuentro con un "mano" en un túnel del metro, Favalli lo desafía, le señala su debilidad, su secreto, y el cambio facial y corporal del "mano" está expresado, magistralmente, en las viñetas. De un rostro pétreo, narcisista, omnipotente, dominador, se pasa al pánico, el descontrol y el derrumbe. Su coraza fanática de seguridad se deshace, se desprende su piel y entonces entona un canto de cuna de despedida.
Freud, Arendt, Agamben y Browning
¿Podemos los psicoanalistas comunicarnos con los testigos de situaciones de horror y contener su derrumbe?
En
El malestar en la cultura (1930), Freud escribió:
"...Podemos retroceder espantados frente a ciertas situaciones, como la del esclavo galeote de la Antigüedad, el campesino de la Guerra de los Treinta Años, las víctimas de la Santa Inquisición, el judío que esperaba el progrom; podemos espantarnos todo lo que queramos, pero nos resulta imposible una compenetración empática con esas personas, imposible colegir las alteraciones que el embotamiento originario, la insensibilización progresiva, el abandono de las expectativas, modos más groseros o más finos de narcosis, han producido en la receptividad para las sensaciones de placer y displacer".
Siguiendo a Freud, existen situaciones límite, como los campos de concentración, donde no hay una
Einfühlung posible, es decir, un contacto con lo experimentado por alguien, un compartir imaginario de lo que él ha soportado. Ese imposible no solamente crea un obstáculo a la transmisión de la experiencia, como lo han manifestado muchos de los supervivientes, sino que designa precisamente qué cosa se derrumba en ese universo: un común con los otros hombres.
Podemos plantearnos algunos interrogantes acerca del derrumbe de lo común:
1. ¿A qué orden de representación pertenece el derrumbe de lo común en los campos de concentración?
2. ¿De qué está hecha esta representación para aquel que soporta esa prueba, que la intenta pensar, escribir y dar testimonio?
3. ¿Hay que aceptar el nombrar aquello que resulta de lo común derrumbado, "lo inhumano" o "lo no-humano" o "lo a-humano", según las diferentes nomenclaturas teorizadas a partir de Hannah Arendt, buscando significar de este modo la radicalidad de una condición en la que hay una ruptura con la categoría de lo humano? (Benslama)
Hay teorías que piensan que lo que tuvo lugar en los campos de concentración fue la forclusión de lo humano en el hombre. El autor que más lejos ha llegado en este tema es Giorgio Agamben en el ensayo titulado Lo que queda de Auschwitz. Para que una forclusion tal fuera posible, sería necesario que la identidad humana de alguien se hallara ubicada en él como si él fuera un lugar, y que fuera posible desalojarla de ese lugar y empujarla al exterior. Sin embargo, cuando se dice que un hombre es un hombre, interviene el término "es". Lo que escapa a la localización es un registro, es aquello contra lo que se ensaña la crueldad más extrema. Sí para los nazis la Shoa era "la solución final del problema judío", ello se sustentó en una teoría que se fundaba en la idea de que los judíos, a diferencia de otras razas, no tenían un tipo determinado y eran capaces de confundirse en el seno de otros pueblos, por lo que había que "fijarlos" dentro de un cuerpo-tipo para poderles capturar. La locura nazi del exterminio reside en la precipitación en lo real de una reducción imaginaria, a fin de realizar "lo judío" según una imagen que no es otra que el negativo del propio hombre nazi.
El testigo estuvo expuesto al peligro de exterminio, sobrevivió y se expone a la conmoción provocada por su acto de testimoniar. Salvaguardar su vida psíquica puede obligarle a reprimir el afecto, a desplazarlo, a transformarlo. Hay en el esfuerzo mismo de trasmitir, una traumaticidad del testimonio, no sólo debido a la dificultad de comprender del otro, sino también el superviviente, al testimoniar recibe en forma invertida el efecto de su comunicación, la desmesura de lo que sucedió.
¿Cómo el hombre se hace enemigo del hombre y luego de milenios de progreso civilizatorio, puede hacer de su exterminio el ideal supremo?
En
Aquellos hombres grises, el historiador Christopher Browning, en una investigación de campo sobre el Batallón 101 del Tercer Reich, muestra que el rasgo común surgido de cientos de horas de entrevistas a sujetos ordinarios que llegaron a cometer crímenes monstruosos, es el deseo de ser como los demás, de parecerse al grupo al que se pertenece. La incapacidad de decir
no por el miedo a quedarse solo. Decir no a la presión del grupo es lo que sentimos cuando Hannah Arendt nos conduce a la tesis de la
banalidad del mal (
Eichmann en Jerusalén), en el sentido de que el monstruo no es básicamente una personalidad maligna, sino sobre todo, un burócrata gris manipulado y seducido por las ventajas que le otorga su posición de amo.
Cuando el psicoanalista recibe un sujeto marcado por estas experiencias extremas ¿cómo acompaña estas experiencias límite? Aproximando su humanidad el psicoanalista buscará un reencuentro con la temporalidad psíquica del paciente y una reapropiacion de su fuero interno que permita discriminar el pasado del presente, intentará que el paciente no quede totalmente enquistado en el trauma que satura de significación todos los ámbitos de su vida psíquica.
Sí tomamos el segundo encuentro de Favalli con un "mano" como metáfora, podemos construir un modelo de "mano" como niño invadido precozmente por angustias catastróficas, niño enfrentado al no-cuidado materno con un autosostén rígido que oculta el secreto de su fragilidad y que cuando repite el vacío devastador en una situación de crisis, no soporta una cercanía humanizante. El problema clínico, entonces, es cómo construir una técnica de aproximación que tienda puentes transferenciales-contratransferenciales más seguros. Intentar rehistorizar su tiempo vivencial y ayudarlo a rehabitar su propia historia personal (M.Viñar)
2018
"Tenemos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados" dice un ejecutivo en una viñeta del dibujante español El Roto. Vivimos un momento histórico donde se nos impone
La economía del miedo como señala el periodista Joaquín Estefanía. El intelectual checo Ivan Klima escribió: " A diferencia de los anteriores usurpadores del poder, estas estructuras de poder no tienen rostro ni identidad. Son invulnerables a los golpes y las palabras. Su poder es quizás menos ostentoso, menos abiertamente declarado pero es omnipresente y no cesa de crecer".
Referencias
Este artículo está basado en un trabajo del autor (Ricardo Jarast) publicado en el Número 61 de la revista de Psicoanálisis de la APM (Madrid) en 2010 y en el libro de su autoría,
Tiempos Difíciles, El siglo XXI y la responsabilidad del psicoanalista, Ed. Biebel, Buenos Aires, 2013
Imagen: "El Eternauta" dibujo de Francisco Solano López.