Una oferta imposible de cumplir

Dr. Adrián Liberman
 

Quien acude (o generalmente es referido) a un analista, lo hace porque porta un sufrimiento y demanda alivio o transformación del mismo.

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Toda cura analítica comienza con un juego de demandas y ofertas. Quien acude (o generalmente es referido) a un analista, lo hace porque porta un sufrimiento y demanda alivio o transformación del mismo. Durante un número variable de entrevistas hace inventario de acontecimientos vitales, responde preguntas hasta recibir la oferta de iniciar la travesía incierta de un análisis. Durante este tiempo, va recibiendo otras ofertas, explícitas o no para aquello que demanda. Una es la de la escucha, la de recibir atención para aquello que tiene que decir, sin importar demasiado la forma en el que ese decir se manifiesta. Y paralelamente va experimentando que de su relato el analista ofrece, de tanto en tanto, otro decir. Un decir que intenta tener un valor de interpretación, de hipótesis plausible, de perspectiva alterna, que busca tener efectos. Y en este interjuego, se van haciendo algunos acuerdos explícitos. Convenios acerca del horario, la frecuencia y duración de las sesiones, honorarios y una promesa de confidencialidad. Paralelamente también se ofrece una actitud de neutralidad (‘benevolente’, diría Freud, (1912) y abstinencia , aunque no se lo haga declarativamente. Es decir, se hace esto enmarcado dentro de una ética que el analista sustenta y que singulariza la cura (Szasz (1971), Fromm (1976), Etchegoyen (1984).El  encuadre, como se le conoce es un pacto entre humanos, y como todo pacto, frágil. Pero mucho más sutil e imposible de anticipar, es la de crear junto al paciente una relación íntima entre ambos participantes de la relación analítica.
 
La intimidad refiere a un vínculo particular en el cual los que lo hacen experimentan la vivencia, una cualidad del lazo en el que el otro tiene un nivel de compromiso que es particular y exclusivo con lo que se haga y diga. Dentro del proceso analítico esto es algo que deviene como parte del mismo, como algo que se experimenta a partir del compromiso del analista por ser ‘agente del bien’ del analizando (Szasz, ob.cit). Paralelo a la consigna de la libre asociación discurre un ofrecimiento de discreción, privacidad y estímulo a la confianza que como he señalado antes, se siente más que se dice.
 
Una pequeña viñeta clínica puede ayudar a ilustrar lo anterior:
 
Cuando me iniciaba en la formación psicoanalítica, tenía una paciente aquejada de obesidad mórbida que había decidido someterse a un proceso de cirugía bariátrica para corregir su sobrepeso. Esta persona manifestaba ansiedades muy importantes especialmente alrededor de la necesidad de ser anestesiada con fantasías de ‘quedarse dormida para siempre’, manifestaciones de su ansiedad de muerte. Trabajamos intensamente éste y otros aspectos de su decisión acerca de la cirugía. En la última sesión, previa a la operación quirúrgica, al finalizar se levanta del diván y me dice que tiene mucho miedo a morir y que desea que la abrace para poder ‘irse tranquila’ por unas semanas. Yo accedí. Luego me castigué a mi mismo, a solas y sobre el diván en el que me formaba. Estaba convencido de haberme alejado del ideal analítico que tenía para ese entonces. Hoy haría lo mismo pero sin culpa. Mi paciente, frente a un miedo casi incoercible necesitaba una manifestación de intimidad conmigo distinta a la que las palabras proveían.
 
¿Entonces es que ahora, racionalización mediante, soy más proclive a la contra actuación con mis analizandos? No, solo creo estar más conciente de los límites que tiene la vía verbal para expresar lo que el otro nos concierne.
 
La intimidad a lograr como necesaria palanca para implementar los mecanismos de curación del análisis deviene de un proceso, de una insistencia y una puesta en acto por parte del analista destinada a mostrar que ‘se toma muy en serio’ lo que el analizando dice o hace. Y es que el análisis es algo serio, lo que no significa fúnebre ni exento de tensiones.
 
Quizás uno de los aspectos más difíciles dentro de este microclima a construir con cada analizando es que el psicoanalista se ofrece para ser depositario de todas las pasiones, pero no a corresponderlas.
 
Aún así, incluso dentro del más idílico de los escenarios, o entre los más ganados a transitar por el camino de la cura analítica, como podrían ser los candidatos en formación, esta oferta encuentra dificultades para ser implementada. Pasa que aún dentro de la más íntima de las relaciones, las personas encuentran que hay cosas que no pueden contárselas a otros. Esto se debe en parte a la existencia de una amnesia, un olvido constituyente que denominamos represión que impide apegarse estrictamente al ‘decir todo lo que se le ocurra’. Otras veces porque el paciente se resiste, se opone sin saberlo al propósito de la cura. Y esto se comprende si se piensa que el sufrimiento (síntomas) es su capital psíquico. Y porque las personas acuden a un analista para cambiar y no cambiar al mismo tiempo, efecto de la naturaleza conflictiva del inconciente. A otro nivel esto se debe a que muchas veces hay ganancias secundarias, beneficios inconcientes en la permanencia del síntoma que devienen en la imposibilidad de entregarse por completo a la relación analítica. Esto, insisto, se da dentro de toda cura analítica, ayuda a entender en parte porque el psicoanálisis es un proceso generalmente largo y si esta dificultad se enquista hasta hacerse inamovible puede devenir en impasse o interrupción del proceso.
 
Pero lo que me interesa destacar es la aporía implícita en la oferta de una intimidad en la que absolutamente todo tenga lugar. Y ello se complejiza además, dentro de un momento cultural en el cual las redes sociales permiten la apertura de ventanas a la subjetividad que no necesitan de esfuerzo alguno.
 
Hoy en día 140 caracteres, un ‘like’ o ‘dislike’ pueden bastar para sentir que se dice de sí, además con la promesa de no generar ninguna atadura. Actualmente contamos con una serie de herramientas producto de la digitalización global que proponen los beneficios de la intimidad sin tener que contactar con la otredad y la necesaria noción de diferencia. Aún así, si fuera posible soslayar los efectos que las redes sociales tienen y tendrán en el proceso de subjetivarnos, el vínculo analítico está acotado por cuestiones que matizan la intimidad entre analista y analizando. Las transferencias mutuas, los lugares inconcientes que ambos actores de la cura se atribuyen, efectos de sus historias, están en juego. Esto permite entender a quienes han hecho tramos de análisis con analistas distintos  y han experimentado las diferencias en cuanto a la facilidad o dificultad de abordar ciertos tópicos con cada quien.
 
La intimidad a crear en el análisis es una que aboga por la libertad de expresión, que suscribe la tradición de Voltaire cuando decía ‘No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo’, a sabiendas que ello es un ideal imposible de cumplir a rajatabla. Y es tributaria a su vez de que solo puede practicarse en psicoanálisis en un marco de Estado de Derecho y libertad.
 
Como el amor eterno y sin fisuras, la intimidad en psicoanálisis es una oferta imposible de cumplir pero es indispensable para encender las luces, esas que se curan solo con más luces….

Miami, marzo de 2017.
 
Referencias
Etchegoyen, R.H.(1984) “Los fundamentos de la técnica psicoanalítica”, Amorrortu, Bs. As. 
Freud, Sigmund,(1912) “Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico”, Amorrortu, Bs. As.
Szasz, Thomas (1971) “La ética del psicoanálisis”, Antorcha, México.
Voltaire, Michel, “Frases célebres”, en www.sabidurias.com
 

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