El mismo, el otro

Dra. Silvana Rea
 

Circular entre lo mismo y lo otro nos invita a salir del confort de la tierra natal, lo que implica extrañamiento.

0
Comments
757
Read

El mismo, el otro. Un tema emblemático del momento en que vivimos, por abordar las cuestiones de alteridad y que puede ser leído desde los vértices teórico-clínico y sociocultural. Por eso fue escogido por la dirección científica de la Sociedad Brasileña de Psicoanálisis de São Paulo para la gestión 2017-2018. 

Recientemente observamos atónitos los Estados Unidos de Donald Trump tratar la cuestión de la inmigración ilegal separando a los niños inmigrantes de sus familias. En Europa, los refugiados de países en lucha armada permanecen a la deriva. La violencia urbana en las capitales brasileñas y los recientes ataques terroristas en el mundo llevan a que se desconfíe de quién ocupa el lugar de al lado. El recrudecimiento del discurso de las identidades nacionales fomenta el odio al extranjero y a las diferencias.

En una entrevista a un diario brasileño, el filósofo francés Alan Badiou afirma que la disminución de dinero circulante sumada a la incapacidad del capitalismo de hacer la redistribución económica, lleva a un movimiento hacia el autoritarismo. El régimen democrático entra en crisis, hay  crecimiento de discursos xenófobos y racistas y las fronteras se cierran.

De hecho, el siglo XXI convoca a un cerramiento en sí, algo que podemos observar cotidianamente en el fenómeno de las selfies, revelando una afirmación del yo como imagen que rápidamente se dispersa, se licúa. Condenado al eterno presente, a la velocidad de la información, a la virtualidad, a la rapidez del devorar consumista y a la fácil digestión de la cultura de masas, el sujeto contemporáneo es paradójicamente hipersaciado e insatisfecho y  una presa fácil para los neo-verdades y las fake news.

Como cualquier fenómeno de la cultura, el psicoanálisis exige ser contextualizado en las dimensiones política, económica y social. Y como nace del ejercicio clínico, para pensar el psicoanálisis hoy es fundamental conocer la experiencia de ser en el mundo del hombre contemporáneo, aquel que llega a nuestros consultorios.

Pero para llegar al hombre contemporáneo es importante volver atrás en la historia.

Vamos a recordar el siglo XVIII como la era de la Ilustración, la formación de los Estados Nacionales y el liberalismo en la economía, lo que lleva al énfasis en la idea de individuo, de identidad individual centrada en el yo.
 
Y, con la noción de yo, surge necesariamente en el imaginario la figura del otro. Es el momento en el que Daniel Defoe publica el libro Robinson Crusoe y Jonathan Swift lanza Viajes de Gulliver; metáforas de la aventura a la alteridad. 

Al final del siglo XIX, la razón iluminista y la identidad fundada en la noción de  idéntico no se sostienen mas. Es cuando Freud construye el psicoanálisis, simultáneamente fruto y conciencia crítica de la modernidad, que a su vez produce al hombre en crisis, dividido, múltiple y descentrado. Aquel que surge en la literatura a través de los personajes de Frankenstein, de Mary Shelley y El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hide de Robert Louis Stevenson, y más adelante, Orlando de Virginia Woolf. Sin olvidar Goliadkin, protagonista de la novela El doble de  Dostoievski.

Fue a partir de esta atmósfera que Freud entendió el sufrimiento de las pacientes histéricas, y que lo llevaron a la noción de inconsciente - la inevitable alteridad de nosotros a nosotros mismos. Los mecanismos de represión muestran este otro de mí que me habita y que desconozco. Nuestro extraño, este familiar extranjero.

De hecho, para el psicoanálisis, quien yo soy siempre se refiere a otro. Las bases de la vida humana y su proceso de subjetivación se dan a partir de la presencia fundante del otro, más o menos traumática. El concepto de identificación, la primera experiencia de lazo afectivo con otra persona, describe un modo fundamental en donde el otro se presenta en nosotros y  donde nos presentamos en el otro. Sin olvidar la importancia de lo diferente en el escenario edípico, de la presencia del padre como el forastero que llega para  la configuración del tercero.

No vivimos hoy en el mismo mundo de Freud. El sujeto contemporáneo se presenta por medio de las patologías del vacío, del pasaje al acto, adicciones, disturbios alimentarios. Como imagen, el yo se disuelve. Lo que conduce a una ética permisiva, hedonista y autocentrada. Es decir, nuestra experiencia es otra, nuestra clínica es otra y nuestros pacientes, como alteridad, nos desafían en dirección a la ampliación de nuestras reflexiones epistemológicas y posicionamiento técnico - lo que nos lleva a pensar en la multiplicidad de la clínica, o decir, en plural , las clínicas psicoanalíticas. Porque cada paciente nos convoca al uso de una teoría y a un determinado abordaje técnico. Cada paciente, en cada momento del proceso, nos invita a mirarlo como otro y a no ser considerado el mismo. 

Por otro lado, la experiencia psicoanalítica nos ofrece, por el trabajo en la situación transferencial, un lugar donde somos muchos, donde habito el otro y soy habitado por él. Allí me distancio de la experiencia de mí como idéntico y me abro al que me confronta, me cuestiona, me descentra. A aquel que muestra de mí lo que no veo, pues la alteridad, como otro, siempre nos interroga. 

El tema de  El mismo, el otro también convoca a la discusión el movimiento de salir y regresar. Como en el viaje de Ulises en su regreso a Ítaca, donde regresa transformado. Y como en el juego del fort-da, se trata de un "ir y venir" que crea lugares fundantes del sujeto. Pero en el camino entre lo próximo y lo distante, entre yo y otro, hay una amenaza a la estabilidad de la propia existencia, ya que el carretel arriesga a perderse, del mismo modo que corre ese riesgo quien lo lanza hacia lejos. 

Sin embargo, no podemos olvidar que Freud también se vale del juego del carretel para tejer su reflexión sobre la compulsión a la repetición, o sea, sobre la presencia de la pulsión de muerte en el psiquismo humano. Aquí, el otro separado y fuera de mí ocupa el lugar de objeto no identificado que no permite la identificación, y es por lo tanto amenazador - como muchas veces se ven a los pobres, a los inmigrantes, refugiados y extranjeros.

Circular entre lo mismo y lo otro nos invita a salir del confort de la tierra natal, lo que implica extrañamiento. Porque es siempre por las grietas de su propio mundo que el viajero penetra, cuando abre paso en paisajes ajenos. La condición de extranjero no sólo testimonia la extrañeza del mundo que visita, evidencia los desajustes del territorio de quien viaja, las fisuras y grietas identitarias de la frágil familiaridad en el interior de sí mismo. Y en el retorno, queda evidente que sólo alcanzamos al otro siendo un otro en nosotros mismos; que no alcanzamos al otro desde afuera si ya no lo alcanzamos desde dentro.

Traducción: Sodely Páez 
 

Otros artículos de: