Después de la elección presidencial de 2016 en los Estados Unidos una onda expansiva pareció atravesar la comunidad (mayormente liberal) de los psicoanalistas en Nueva York. Después de décadas en que lo predominante del psicoanálisis era enfocarse en las vidas interiores de sus pacientes – como si eso fuera algo independiente de lo social y lo político que moldeó su organización psíquica y sus conflictos (inconscientes y conscientes), se alzaron voces que por primera vez parecían darse cuenta de ese punto ciego. Se suscitaron discusiones con respecto al derecho o aún el deber de los psicoanalistas de permitir la entrada al consultorio ‘a lo político’. Repentinamente, incluso los llamados psicoanalistas clásicos parecían llevar ‘lo político’ a las sesiones.
¿Qué pasó? ¿Porqué, en primer lugar, vivimos por décadas un psicoanálisis (preponderantemente) aparentemente apolítico? ¿Cuáles eran las fuerzas que lo mantenían así? ¿Y qué cambió? Para retomar estas preguntas, abordaré primero qué queremos decir habitualmente cuando nos referimos a ‘lo político’, antes de destacar algunos aspectos del psicoanálisis y cómo inevitablemente lo político juega un rol en porqué y cómo sufre la gente.
En este país, cuando la gente se refiere a algo como ‘político’, o bien significa la política de una organización, conflictos alrededor del poder, status y alianzas (por ejemplo en el entorno de un trabajo), o se refieren a ‘políticas’ en el sistema político de los Estados Unidos con dos partidos mayoritarios opuestos – el demócrata y el republicano. Si alguien se ve a sí mismo como político, será ya sea como ‘liberal”, ‘progresista’, ‘un demócrata’, o como ‘conservador’, o a veces ‘libertario’ (que significa socialmente liberal pero económicamente opuesto a cualquier interferencia del gobierno en temas individuales o corporativos). Cuando, a mediados del siglo XX, se convirtió en norma para los analistas abstenerse de ‘políticas’ o de ‘lo político’ en el consultorio, pensaban a menudo en abstenerse de declaraciones políticas explícitas para apoyar u oponerse a un partido, o de expresar opiniones sobre temas ‘políticos’ específicos. Sugiero que distingamos ‘política’[1] de ‘lo político’ como un campo mucho más amplio de cómo la gente organiza su vivir juntos y cómo piensan sobre las formas o cómo pueden o deben organizarse. Se refiere a todas las condiciones sociales con las que crecemos y vivimos y cómo entendemos el funcionamiento de esta compleja organización social.
Quiero destacar ahora algunos aspectos del movimiento psicoanalítico desde su concepción en la postrimería del siglo IXX. Sostengo que desde el comienzo el psicoanálisis fue implícita e inevitablemente político – no sólo en el ‘sentido común’ del término. Por poco tiempo este posicionamiento político implícito se volvió explícito: en 1920 en Europa, después que millones murieron en la Primera Guerra Mundial, con muchos soldados sobrevivientes volviendo traumatizados (horrorizados), y millones de personas enfrentando inmensos problemas sociales, como la pobreza, psicoanalistas prominentes escribieron acerca de esos problemas y abrieron clínicas gratuitas para familias pobres. Sólo para nombrar algunos ejemplos,
el psicoanalista alemán Max Eitingon escribió en 1925 que sus colegas no podían seguir sosteniendo honestamente que ‘el factor del pago o no pago de los pacientes influye de manera importante en el curso del análisis’. Pero Eitingon estaba simplemente comunicando el cumplimiento del pronóstico de Freud en el discurso en 1918 en Budapest acerca de la consciencia de la sociedad. En ese discurso Sigmund Freud renegó de su posición de la preguerra, ‘que a los ojos del paciente no se realza la valoración de un tratamiento si se pide un honorario muy bajo’ (Danto, 2005)
Otro ejemplo es el de los psicoanalistas y críticos teóricos ocupándose del tema del antisemitismo moderno que culminó en la Alemania nazi y el Holocausto (por ejemplo Simmel, 1946). La persecución nazi a los judíos y a los psicoanalistas políticos en Europa (y la destrucción del psicoanálisis) y su supervivencia a través de la inmigración de muchos analistas judíos a Estados Unidos, que contribuyó a la pérdida de su ‘aguijón crítico’ (Brunner & König, 2014, p.491) no fue menor. Como plantea Kuriloff, el trauma del Holocausto (mediante la pérdida de seres queridos que fueron asesinados, habiendo sido perseguidos y habiendo tenido que escaparse, llevaron a los emigrados judíos a conformar la principal corriente médica en los Estados Unidos para adaptarse; surge al mismo tiempo un miedo no reconocido a ser perseguidos nuevamente (Kuriloff, 2014). Al mismo tiempo, algunas de las decisiones de Freud, como por ejemplo que Strachey tradujera sus trabajos y que Ernest Jones
rescatara al psicoanálisis y se convirtiera en el ‘organizador principal del movimiento psicoanalítico” (Roudinesco, 2016, p.361), contribuyeron a la medicalización del psicoanálisis.
Además, sostengo que, cuando la corriente principal del psicoanálisis alega no ser política, es, de hecho, implícita e inevitablemente política: es decir, determinando normativamente que es
‘normal
’, ‘saludable
’, versus lo
‘desviado’ o
‘patológico
’. Siempre que un profesional de la salud mental diagnostica y usa los sistemas de clasificación de enfermedades y desórdenes mentales, hace también declaraciones políticas implícitas acerca de qué comportamientos y formaciones del carácter serán socialmente aceptables, consideradas
‘bien adaptadas
’ y cuáles no lo son y, por lo tanto, deben ser cambiadas.
Pero, si se toma seriamente el método psicoanalítico (desde el comienzo y como método) no tiene nada que ver con tal aseveración del statu quo societario. Por el contrario, el método demanda la abstención de cualquier juzgamiento y de focalizarse sobre ciertos aspectos de la narrativa del paciente. Se espera que escuchemos, en primer lugar, con ‘atención libremente flotante’ (Freud, 1912, p. 111) la ‘asociación libre’ del paciente.
Tan pronto como uno tensa adrede su atención sobre cierto nivel, empieza también a escoger sobre el material ofrecido; uno fija (fixieren) un fragmento con particular relieve, elimina en cambio otro, y en esa selección obedece a sus propias expectativas o inclinaciones. Pero eso, justamente, es ilícito; si en la selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya sabe. (Freud, 1912).
Como describe Freud en sus recomendaciones para la técnica psicoanalítica, se espera de nosotros que no referiremos a una persona a categorías preformadas, ‘expectativas o inclinaciones’, para llegar a una comprensión de cómo una persona se convirtió en lo que es y cómo enfrentan o se defienden contra los conflictos específicos que tienen.
Además estamos involucrados en las escenas interpersonales y afectivas que se desarrollarán entre paciente y analista en la relación de transferencia y contratransferencia (la repetición de los modelos relacionales en la relación con el analista o el terapeuta). Tales escenas son simultáneamente sociales y personales. Dado que nacimos y nos criamos en una estructura social determinada, desde el inicio no somos solo seres
‘naturales
’ sino también seres sociales. En el sujeto humano no se pueden separar la naturaleza y la cultura, o, en otras palabras, nuestra
‘naturaleza’ es siempre una
‘segunda naturaleza
’. Lo
‘social’ y lo
‘biológico’ están interrelacionados desde el nacimiento. El método psicoanalítico aspira a poner de manifiesto los modelos relacionales en la relación entre paciente y analista. Una vez que comprendemos los orígenes sociales y personales de nuestro sufrimiento, somos más aptos para hacer elecciones conscientes así como para lidiar con nuestra realidad.
¿Cómo es el sufrimiento de
‘nuestros pacientes’ al mismo tiempo profundamente personal pero también social y por lo tanto político? Son numerosos los posibles ejemplos en nuestro consultorio, por lo tanto comencemos nombrando algunos pocos obvios, es decir, cuando el sufrimiento está relacionado directamente con estructuras sociales, como es el caso cuando se produce por efectos del racismo, sexismo o discriminaciones debidas a la orientación sexual. Otra forma de sufrimiento, que es tanto social como íntimamente personal, surge del traumatismo sufrido por el impacto de la persecución, tortura, explotación y/o sobrevivientes de un genocidio. Tales traumatismos afectan no solo a los mismos sobrevivientes, que a menudo desarrollarán síntomas de PTSD (Post Traumatic Stress Disorder, [desorden de stress post traumático]), sino que afectará también a las generaciones siguientes a través de la transmisión intergeneracional que ha sido extensamente estudiada, especialmente en la segunda generación (por ejemplo Barocas y Barocas, 1980; Kestenberg, 1980; Danieli, 1998; Grünberg, 2000) y, hasta la fecha, también en la tercera generación (por ejemplo Felsen, 1998; Gradwohl-Pisano, 2012; Ullmann y colaboradores, 2013).
Por último, me gustaría dar un ejemplo de cómo nuestra sociedad produce sufrimientos que parecen constituir una realidad indiscutible. Sin embargo, con una Teoría Crítica, consideraré la ‘patología de la normalidad’ (Fromm, 1973, p. 356). Desde 1920 has 1960 los Teóricos Críticos de la escuela de Frankfurt estuvieron lidiando con la pregunta de cómo internalizamos y reproducimos las estructuras de poder de la sociedad. Hoy hace mucho que ingresamos en una era en la cual se internalizó la coerción hasta tal punto que disfrutamos (y sufrimos por) explotarnos y comercializarnos a nosotros mismos – si podemos – en emprendimientos o empleos cada vez más ‘optimizados
’, esforzándonos para consumir y acumular. Considerando que en los estadios tempranos del capitalismo el poder estaba impuesto por una autoridad externa, hoy todos hemos internalizado ese poder y nos lo imponemos a nosotros y a otros. Continuamos haciéndolo a causa de la promesa implícita de la satisfacción final o la salvación a través de la prosperidad y el crecimiento económico (para más detalles sobre esta tesis ver Decker 2014, Rothe & Decker, 2019). Sin embargo, desde la crisis económica, la desigualdad entre los súper-ricos y los poderosos y
‘el resto de nosotros
ha crecido significativamente.
¿Qué pasa cuando más y más personas sufren por percibir la pérdida del
‘poder adquisitivo’
prometido? Por otro lado, estamos enfrentando un grado creciente de las llamadas enfermedades mentales, de abuso de sustancias y otras formas de escapismo. Por otro lado, enfrentamos el crecimiento de la atracción del ala extremista de derecha, la supremacía blanca y los movimientos anti inmigración.
Como conclusión, la corriente principal del psicoanálisis parece haber operado bajo la ilusión de ser apolítica hasta ser sacudida por el reciente crecimiento del extremismo de derecha en Europa y los Estados Unidos. En este estudio postulo que, aunque la posición del analista sea de neutralidad y aún de atención flotante, el método promueve el cuestionamiento y la deconstrucción del statu quo. Este statu quo es, como sostengo aquí, simultáneamente personal y social. El sufrimiento humano, los modelos relacionales
‘patológicos
’, surgen tanto de la estructura social como de las relaciones familiares íntimas. En el consultorio, estos modelos son repetidos en parte con el analista, cuyo rol es ayudar a sacar a luz los orígenes del sufrimiento. Como resultado, el paciente puede ser un poco más libre para elegir cómo quiere lidiar con la realidad social y personal.
Referencias
Barocas, H.A .& Barocas, C.B. (1980). Separation‐individuation conflicts in children of Holocaust survivors.
J Contemp Psychother, 11:6‐14
Brunner, M. & König, J. (2014). Drive, Overview. En Th. Teo (ed.),
Encyclopedia of Critical Psychology. New York: Springer, pp. 487-492.
Danieli, Y. (1998).
International Handbook of Multigenerational Legacies of Trauma. New York: Plenum.
Danto, E. (2005). Treatment will be free: 1918. En
Freud's Free Clinics: Psychoanalysis & Social Justice, 1918-1938. New York: Columbia University Press, pp. 13-33. Retrieved from
http://www.jstor.org/stable/10.7312/dant13180.5, 8/22/19.
Danto, E. (2005). The position of the polyclinic itself as the headquarters of the psychoanalytic movement: 1920. In
Freud's Free Clinics: Psychoanalysis & Social Justice, 1918-1938. New York: Columbia University Press, pp. 52-80. Retrieved from
http://www.jstor.org/stable/10.7312/dant13180.5, 8/22/19.
Decker, O. (2014).
Commodified Bodies. New York: Routledge.
Dimen, M. (2000). The body as Rorschach.
Studies in Gender and Sexuality, 1:9-39.
Felsen I. (1998). Transgenerational transmission of effects of the holocaust. En Danieli Y. (eds.)
International Handbook of Multigenerational Legacies of Trauma. The Plenum Series on Stress and Coping. Boston, MA: Springer.
Freud, S. (1912). Recommendations to physicians practising psycho-analysis. En
The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud,
Volume XII (1911-1913): The Case of Schreber, Papers on Technique and Other Works. London: The Hogarth Press, pp. 109-120.
Fromm, E. (1973).
The Anatomy of Human Destructiveness. New York: Holt, Rinehart and Winston.
Gradwohl-Pisano, N. (2012).
Granddaughters of the Holocaust: Never Forgetting What They Didn’t Experience. Academic Studies Press.
Grünberg, K. (2000b). Zur Tradierung des Traumas der nationalsozialistischen Judenvernichtung.
Psyche 54, 1002–1037.
Kestenberg JS. (1980). Psychoanalyses of children of survivors from the holocaust: case presentations and assessment.
J Am Psychoanal Assoc, 28:775‐804
Kuriloff, E. (2014).
Contemporary Psychoanalysis and the Legacy of the Third Reich. New York: Routledge.
Rothe, K. & Decker, O. (2019). (The Failing of) the Promise of Prosperity and Economic Growth as ‘Narcissistic Filling’ and Right-Wing-Authoritarianism. Talk at the Association for the Psychoanalysis of Culture & Society (APCS) Annual Conference
Displacement: Precarity & Community at Rutgers University, 10/25-26/2019. In preparation for publication in 2020.
Roudinesco, E. (2016).
Freud. In His Time and Ours. Trans. C. Porter. Harvard University Press.
Simmel, E. (1946). Anti-Semitism and mass psychopathology. En E. Simmel (ed.)
Anti-Semitism: A Social Disease. New York: International Universities Press.
Ullmann, E. et al. (2013). Increased rate of depression and psychosomatic symptoms in Jewish migrants from the post-Soviet-Union to Germany in the 3rd generation after the Shoa.
Transl Psychiatry 3
, e241. doi:10.1038/tp.2013.17.
[1] El término retrocede a la ‘polis’ (ciudad) de Atenas en la Grecia antigua
Traducción: Silvia M. Koziol