El Jugar como la Ontogénesis Personal
Anshumita Pandey
Como es habitual, partiendo de las enfermedades psiconeuróticas y las defensas del Yo vinculadas a la ansiedad que surge de la vida instintiva, tendemos a pensar a la salud en términos del estado de las defensas del Yo. Decimos que es saludable cuando estas defensas no son rígidas, etc. Pero rara vez, llegamos a la instancia en que podamos describir de qué se trata la vida, aparte de hablar de enfermedad o ausencia de enfermedad.
Es decir, aún tenenos que encarar la cuestión referente ‘de lo que se trata la vida misma’. (Winnicott, 1971/2005, p.133).
Cuando destaca Winnicott (1971/2005) que el encuentro primigenio de alcanzar la vida va más allá de una visión epistémica (noción de salud y patología), sostiene que hay un excedente insospechado desde el psicoanálisis: “de lo que se trata la vida misma” (p.133).
Despojada de su identificación científica-médica, la patología lleva una referencia intrínsica al pathos. Cuando el malestar da paso a un mal-estar (existencial), la vida misma se convierte en el acontecimiento, conmovedor y evocador. ¿Hemos entrado en el ámbito de lo estético? ¿La teoría de pensar la vida, necesita una teoría estética de psicoanálisis? La escritura, al intentar ubicarse en este excedente, regresa a Winnicott a través de la problemática del juego. Especula si la noción del juego, tal como él lo ha escrito, puede permitir una transición de la psicopatología a la expresión y, en el proceso, remodelar las relaciones entre los dominios del psicoanálisis y la estética. La estética no se concibe aquí como una doctrina que exponga la belleza o el gusto, sino como una aesthesis que “se refiere tanto a los fenómenos de la percepción sensorial que se relacionan con los cinco sentidos, como a la sensualidad en general”. (Brudzińska, 2010, p. 9).
La obra fundamental de Winnicott Realidad y Juego nos da una dupla inusual en el título. Winnicott (1971/2005) subraya repetidamente la necesidad de que el psicoanálisis estudie el tema del juego no como un derivado (sublimación o regresión) sino por derecho propio: “En el juego, y solo en él, pueden el niño o el adulto crear y usar toda la personalidad, y el individuo, niño o adulto, descubre su self sólo cuando se muestra creador” (pp. 72-73).
Concebido así, el self de uno no está formado desde el inicio, llega a serlo. Existe como un potencial que llega a ser expresado, a través de la actividad espontánea del juego. Llega a ser, compuesto en una amalgama de relaciones que se elaboran cuando uno está inmerso en la realidad. Cuando enfatiza Winnicott (1971/2005) que el mundo es objetivamente percibido, abre el self a un exterior, poniendo en primer plano su inmersión en una realidad más allá de los objetos internos. Pensar en esta exterioridad, postulo, es de creciente interés para Winnicott, ya que traza un continuo entre los fenómenos transicionales, el juego y la experiencia cultural, un movimiento constante hacia afuera en “la perpetua tarea humana de mantener la realidad interna y externa separadas pero interrelacionadas” (p.3). Los actos continuos de relacionarse con el mundo implicarán influenciar sobre él y, a su vez, ser influído por él, basándose en la transición previa de “control omnipotente al control por manipulación” (Winnicott, 1971/2005, p.12). El juego implica este encuentro activo con el exterior, una maniobra imaginativa de objetos y contingencias en un “espacio potencial” (Winnicott, 1971/2005, p. 55) entre el self y el mundo donde el self llega a ser, compuesto de distintas formas con que reside en la realidad. Por tanto, al juego se le concede un estatus epistémico. Me refiero a la noción de “ontogénesis personal” de Guattari (Guattari, 1992/1995, p. 98) para acentuar aún más este carácter formativo del juego. Guattari (1992/1995) habla de “ontogénesis personal” (p.98) mientras explora el tema del surgimiento y la política de la subjetividad que se efectúa en la colocación de un individuo dentro de un campo social, “en contacto directo con la vida social y el mundo exterior” (Guattari, 1992/1995, pags. 98-99). Se establece así un nexo expresivo activo entre el individuo y el mundo. El juego pone en primer plano una dinámica similar. En el juego, el self se sumerge en un encuentro vital con el mundo que proporciona el material que el self utiliza en formas idiosincrásicas de implicación, dando paso al “desarrollo de un patrón personal” (Winnicott, 1971/2005, p.4). Esta experiencia creativa-inmersiva que marca el juego es una cualidad esencial de la morada del self en el mundo, “una forma básica de vida” (Winnicott, 1971/2005, p.67). Sustenta la tarea de composición del self a lo largo de toda la vida, mientras que las transiciones y renovaciones continuas moldean los contornos de un self en encuentros tanto inmersivos como expresivos.
Más aún, Winnicott (1971/2005) enfatiza el uso de “toda la personalidad” (p.73) en el juego, y esto puede ser ilustrativo para detallar su carácter inmersivo-creativo. ¿Podría esto expresar la implicación simultánea del cuerpo y la mente, dentro y fuera, en la absorción receptiva que caracteriza al juego? Enraizado en la percepción sensorial en oposición al pensamiento conceptual, el dominio estético subraya una modalidad similar de ser. El juego lo transporta a uno a un self ‘perdido’ en un momento (al igual que uno ‘se pierde’ en un poema o una canción). Esta ‘pérdida’ es la textura de la experiencia inmersiva en la que no es posible separar el pensamiento de la acción, o el cuerpo (animado con vibrante intensidad) de la mente. Este modo de ser que pone en primer plano la experiencia receptiva tiene un carácter determinante y, como señala Winnicott (1965) al referirse al “verdadero self” (p.140), basado en la vitalidad corporal. Abre un campo entre la apercepción y la percepción, “entre la creatividad primaria y la percepción objetiva” (Winnicott, 1971/2005, p. 15) donde un self se compone a sí mismo. “Es la apercepción creativa más que cualquier otra cosa lo que hace que el individuo sienta que la vida merece ser vivida” (Winnicott, 1971/2005, p.87). Una sensibilidad no complaciente está en funcionamiento impulsada por lo que puede “sentirse real” (Winnicott, 1965, p. 148), haciendo que el juego sea intrínsicamente satisfactorio, incluso cuando el self se sumerge en la labor creativa de encontrar un lenguaje/medio en el que expresar los sabores de una experiencia singular.
¿Se puede decir que el juego tiene un carácter estético? ¿Abre un “espacio potencial” (Winnicott, 1971/2005, p.55) en el que los ámbitos del psicoanálisis y la estética pueden entrar en un diálogo? En pocas palabras, esto se refiere a un espacio por venir que tiene el potencial de existir. Aquí, una teoría estética del psicoanálisis se hace posible, pensando activamente en la singularidad expresiva y la intensificación existencial, mientras los selfs en las metamorfosis en curso y la mitopoiesis personal consolidan formas distintivas de ser, de ser real en la realidad.
Referencias
Brudzińska, J. (2010), Aisthesis. In H.R. Sepp & L. Embree (Eds.), Handbook of Phenomenological Aesthetics (pp. 9-15). Dordrecht, Netherlands: Springer.
Guattari, F. (1992), Chaosmosis: An Ethico-Aesthetic Paradigm, trans, P. Bains & J. Pefanis. Bloomington: University Press, 1995.
Winnicott, D.W. (1965), The Maturational Processes and the Facilitating Environment: Studies in the Theory of Emotional Development. London, England: Hogarth Press.
Winnicott, D.W. (1971). Playing and Reality. New York, NY: Routledge, 2005.
Traducción: Shirley Matthews