El color de la piel

Sabine Belliard, PhD
 

El color de la piel está en la piel humana y su larga histórica psíquica.

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El color, elemento visible del mundo exterior, está también poderosamente impreso en la piel del sujeto, en su historia y en su experiencia infantil. La piel es el lugar de donde surge la sexualidad humana. Lugar de deseos y satisfacciones, es la cuna de los autoerotismos y de la fantasía, experiencias fundadoras de la psiquis marcadas por la represión. En 1923, Freud habla de un yo que ‘deriva en última instancia de sensaciones corporales, principalmente las que parten de la superficie del cuerpo’ [1]. En 1968, en su artículo princeps. Esther Bick muestra cómo el objeto que sirve como continente ‘se vivencia concretamente como una piel’ [2].
La piel interesa al psicoanalista [3] en tanto lugar de apuntalamiento del narcisismo, zona erógena y lugar de ataques específicos, como señala Didier Anzieu, que elaboró el concepto de Yo-piel  [4] en 1974.  

Todo lo relativo al color de la piel está indisolublemente ligado a la psiquis, tanto para el portador de la piel, como para el que la observa. Es inmediatamente visible en el otro, evoca en quien la mira su intimidad sensorial y moviliza su vida fantasmática [5], en ocasiones, despertando el sentimiento de ‘lo siniestro’. Todas la pieles humanas tienen un color; no existe piel acromática: sea cual fuere el nombre que se le dé, siempre reviste un tono visualmente identificable, incluso si el término ‘piel de color’ se atribuye generalmente, por cuestiones históricas, a las pieles oscuras llamadas ‘negras’ [6]. El otro, más colorido, a través de la historia y en una lógica infantil proyectiva, pudo ser fantaseado como portador vergonzoso de la inscripción de las huellas de una intensa sexualidad en su piel en colores, (imagen de la hipersexualidad de los hombres con la piel colorida). Teorías extraordinarias nacieron así de esas fantasías que ligan el color de la piel a la sexualidad, como la de la fecundación visual de Le Cat, personalidad médica reconocida. Según esta teoría [7], una mujer embarazada que es ‘visualmente impactada’ por un color de piel diferente al suyo, dará a luz a un niño de color. El color es un elemento polisémico, que puede intervenir en los registros individuales o colectivos, en contextos y niveles psíquicos diferentes. Desde la novela familiar a la organización de las fantasías incestuosas, pasando por las defensas maníacas y las rivalidades femeninas, el color de la piel es utilizado de diferentes maneras. El repertorio de su utilización por la psiquis es vasto: desde la apertura fecunda hacia otro hasta una organización persecutoria. Al igual que un test proyectivo, ese repertorio nos enseña sobre todo el funcionamiento psíquico de aquellos que miran la piel.

La trata de negros y la esclavitud, en las que el color de la piel se tornó ‘consustancial’ con un orden ‘socio-racial’ esclavista [8], desempeñaron un papel fundamental en su destino. El  ‘intenso miedo’ [9], el temor al castigo taliónico, a las represalias  que inspiraban los esclavos, la obsesión que tenía el sistema esclavista por ‘contener a los negros’  eran constantes, la culpa y la degradación humana de la esclavitud fueron proyectadas sobre los esclavos mismos y dieron lugar a lo que en aquella época, en Francia, se llamó ‘la mancha de la esclavitud’ [10].

El otro de color, encarnaba, por la proyección sobre su piel, la ‘mancha de la esclavitud’ que se transmitía a través del engendramiento al mismo tiempo que se transmitía la vida. De esta manera, por fuera del estatus de esclavo, las proyecciones ligadas a la piel llamada negra formaban parte de la herencia, fijadas a la piel, incluso después de la liberación de la esclavitud, marcando el destino de las generaciones venideras desde entonces binarizadas –y jerarquizadas- en ‘blancos’ y ‘negros’.

De una manera igualmente poderosa, el color, además de estar en la piel, salta a la vista en el intercambio cara a cara. En el momento del encuentro, en pocos segundos, una mirada se posa (o no), acepta (o no) acoger la representación del otro diferente que surge. La mirada acepta con receptividad lo que se tiende hacia ella abriéndose a la diferencia, o se cierra, incluso refleja y reenvía al que se expone una representación deformada por la proyección. Esos momentos íntimos nunca son neutros y tocan lo esencial, porque ningún ser humano tiene acceso directo a su propio rostro. Sólo puede verse psíquicamente gracias al espejo de otro ser humano [11]. Este aspecto invisible del rostro para nosotros mismos otorga una eficacia extraordinaria a lo que ocurre en esta zona de intercambio primaria (la del amamantamiento en el inicio de la vida) que Jacques André califica como ‘zona erógena del narcisismo’ y ‘representante del objeto total’ [12]. Los momentos de pérdida de su rostro, que no es reflejado en la mirada del otro, con un retorno proyectivo deformante y desvalorizador, forman parte de esas dolorosas experiencias de ‘deshumanización’ ligadas a la ‘destitución de una semejanza con el semejante’  [13]. Ausencia de profundidad psíquica y alteración del espacio psíquico de quien mira como de aquel que es mirado, caracterizan esos momentos de ausencia de reflexividad visual [14].

Todavía hoy, la degradación de la que fue objeto la piel en la historia, sigue siendo una herencia que influencia la manera en que la piel puede ser apercibida. La oportunidad subsiste, a escala individual, de descargar con bastante facilidad sobre la piel de color del otro, partes de sí desvalorizadas, para restaurarse narcisísticamente a bajo costo. Una relativa imprevisibilidad habita así cada encuentro en cuanto al uso psíquico que se hará del color del otro, cuestión no exenta de efecto en los diferentes aspectos de la vida social, sobre todo en el que se refiere al acceso al poder. Por consiguiente, parece esencial luchar contra las discriminaciones y devolverle todo su valor a las construcciones y creaciones comunitarias extraordinarias de aquellos que, en la historia, civilizaron el horror mismo que los había oprimido [15].

Sin embargo, es interesante observar que ciertas corrientes de pensamiento, con una intención unitaria, se apegan a reivindicar una identidad llamada ‘identidad negra’, el antiguo estigma deviene signo de pertenencia  [16]. Este enfoque, que da sustancia al tema, (enfoque muy diferente en esto al de Césaire [17] o al de Fanon  [18]) plantea interrogantes. En parte, puede ser pensado en referencia al concepto de bisexualidad del continente psíquico de Didier Houzel  [19]. Apuntaría a proteger la envoltura psíquica, dándole a la piel una fuerza, una consistencia, una indeformabilidad y una orientación-meta que le permitiría resistir mejor los ataques a los que está expuesta en su receptividad [20], con el riesgo, sin embargo, de alejarse demasiado de las cualidades receptivas haciendo de este aspecto duro, fuerte y resistente su único objetivo en el vínculo con el otro diferente, y reduciendo así nuevamente a los individuos a su color de piel.

Es probable que cuanto menos se luche en contra de las discriminaciones, más se desarrollen este tipo de enfoques.
 

[1] Freud, S. (1923).) Le Moi et le Ҫa, in Essais de psychanalyse, trad. J. Laplanche, Paris : Payot, 1984, p. 219-262 (coll. Petite bibliothèque Payot). *N del T.: En español, versión de Amorrortu editores, traducción de José Luis Etcheverry, T. XIX  El yo y el Ello (1923) nota 16 p. 27 /28.
[2] Bick, E (1968). L’expérience de la peau dans les relations d’objet précoces, in Les écrits de Martha Harris et d’Esther Bick, sous la dir. de Meg Harris Williams, trad. fr. Jeanne et Jacques Pourrinet, Lamor Plage : Editions du Hublot, 1998, p. 135-139 (coll. Tavistock Clinic), lu au 25è congrès international de psychanalyse de Copenhague en juillet 1967. Publié en 1968, Internat. j. Psycho-Anal., XLIX, p. 558-566. *En español: La Experiencia de la Piel en las ‘Relaciones de Objeto Tempranas’. Publicado en el International Journal of Psychoanalysis, 1968, XLIX, 2-3.
[3] De Mijolla, A. (2013). Dictionnaire international de la psychanalyse. Fayard, ‘Pluriel’,2éme édition, p. 1253.
[4] Anzieu, D. (1974). Le Moi-peau, Nouvelle revue de psychanalyse 9 : 195-208.
[5] Belliard, S. (2012). La couleur dans la peau, ce que voit l'inconscientAlbin Michel.
[6] Es importante recordar que el color llamado ‘blanco’ es un color de piel entre otros. Es, como el color llamado ‘negro’, no acromático (no nos ocupamos aquí del tema del albinismo) BEILLARD, Ibid.
[7] Le Cat, C-N. (1765). Traité de la couleur de la peau humaine en général, de celle des Nègres en particulier, et de la métamorphose d’une de ces couleurs en l’autre, soit de naissance, soit accidentellement, Amsterdam.  
[8] Bonniol, J-L. (1992). La couleur comme maléfice : une illustration créole de la généalogie des « Blancs » et des « Noirs », Paris : Albin Michel (coll. Bibliothèque de synthèse).
[9] Gisler, A. (1965). L’esclavage aux Antilles françaises (XVIIe-XIXe siècle), Paris: Karthala, 1981. 
[10] Gisler, Ibid.
[11] Winnicott, D.W. (1971). PLaying and Reality. London: Tavistock Publications.
[12] Andre, J. (2011). Les 100 mots de la psychanalyse, Que sais-je, PUF.
[13] Fedida, P. (2007). Humain/Déshumain : l’oubli, l’effacement des traces, l’éradication subjective, la disparition, in Humain/déshumain : Pierre Fédida, la parole de l’œuvre / sous la dir. J. André, Paris: PUF, pp. 11-124 (coll. Petite bibliothèque de psychanalyse). 
[14] Belliard, Ibid.
[15] Morrison, T. (2019). The Source of Self-Regard: Selected Essays, Speeches, and Meditations, Knopf.
[16] Bonniol, Ibid.
[17] Toumson, R. & Henry-Valmore, S. (2002). Aimé Césaire : Le nègre inconsolé, Paris: Vents d’ailleurs. 
 *Cita siguiente de los autores extraída del documento ‘Reportaje a Aimé Césaire”, revista Casa de las Américas, n°49,1968: ‘No hay négritude predeterminada, no hay sustancia; hay una historia y una historia viviente’.
[18] Fanon, F. (1952). Peau noire, masques blancs. Paris : Seuil, 1971 (coll. Points 26 civilisation). 
[19] Houzel, D. (2018). La bisexualité psychique et sa fonction contenante, in Journal de la psychanalyse de l'enfantnouvelle série, 2018, 1, vol.8, 15-38. Sobre este tema, ver también D. Agostin, Des défenses maniaques, Adolescence, 2008, 63, pp. 221-236.
[20] Esta posición ayuda a prevenir los momentos de pérdida del rostro (momentos  también resultado de una escisión de la bisexualidad psíquica de la función continente, pero aquí en aquellos que niegan todo valor equivalente al otro diferente por su color de piel).

Traducción: Patricia Laura Suen
 

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